Explorador y montañista estadounidense, fue jefe de la primera expedición que escaló los dos gigantes mendocinos, el Aconcagua y el Tupungato, se destacó como organizador de expediciones de montaña también en los Alpes y en Nueva Zelanda
Biografía de Edward Arthur Fitzgerald
Por José Herminio Hernández. Montañista, Coronel (RE)
Restauración Fotográfica: Centro Cultural Argentino de Montaña, Raúl Torres
Nació el 10 de mayo de 1871, Litchfield, Connecticut, Estados Unidos, hijo de un súbdito inglés, por tal motivo adoptó la ciudadanía de ese país. Matemático, explorador, alpinista y soldado del ejército británico, llegó al grado de mayor en el Ejército inglés; fue miembro del Alpine Club a partir del año 1892.
Edward FitzGerald fue el tercer hijo de William John FitzGerald, abogado, súbdito británico, y de María, la hija de Eli White, de Nueva York, Estados Unidos de Norteamérica.
Su hermano mayor era Agustín (llamado Austin), fue pintor, y su hermana mayor era Caroline, una poeta.
Fue educado en St Paul's School, Concord, New Hampshire, y en Trinity College, luego, en Cambridge, donde se matriculó en el año 1890, aunque no se graduó.
Era un buen estudiante de matemáticas, pero dejó sus estudios en Cambridge, cuando fracasó al no ser elegido como capitán del equipo de uno de los botes de la Universidad.
En el año 1892, se casó con Jeanne Marie, hija del barón de Rothiacob de Rouen de Francia; lamentablemente, ella murió al año siguiente de su matrimonio.
Por las expediciones que realizó, visitó diversos continentes y fue un pionero del deporte de montaña.
De su relación con el Alpine Journal, por sus escritos, su nombre apareció con dos formas escritas, separado y junto, es decir, FitzGerald y Fitz Gerald; en sus documentos del bautismo y en las necrológicas aparece con el nombre todo unido, es decir, su verdadera forma de escribir su apellido.
En el año 1894, se unió al explorador inglés del Himalaya Martin Conway, para realizar una travesía por los Alpes, actividad ésta que le permitió conocer al guía suizo-italiano Matthias Zürbriggen, en el refugio del Hörnli, a quien contrató poco después, como guía durante cinco años.
El propio Conway, nos relataba, sobre este hecho: En una oportunidad cuando me encontraba bloqueado por el mal tiempo en un hotel en Valtournenche, me llamó la atención un joven solitario y reservado y que, si no hubiese sido por las circunstancias del momento, jamás hubiese cruzado una palabra. No era una persona común.
Una vez que lo conocí me di cuenta que era una persona llena de ambiciones, pero no sabía qué. Hablamos de exploraciones alpinistas y me dijo que le gustaría intentar alguna actividad en este terreno.
Antes que nada, le gustaría ir a Nueva Zelanda para intentar coronar el Monte Cook, aún no escalado. Hablamos también de los Andes, como un lugar para una futura aventura.
En los años 1894 y 1895, Fitzgerald viajó a Nueva Zelanda, con la intención de hacer la primera ascensión al Monte Cook, pero los escaladores locales, advertidos de su llegada a la montaña, fueron a coronar antes de que lo hicieran este grupo de extranjeros, realizando todos los esfuerzos antes que ellos llegaran. Fue así que unos días después de la llegada de FitzGerald a este país los locales coronaron la cumbre.
Esa primera ascensión completa fue llevada a cabo el 25 de diciembre de 1894, por los neozelandeses Tom Fyfe, James Jack Clarke y George Graham; que alcanzaron la misma por el valle Hooker y por la cresta Norte, arrebatándoles ese privilegio a los ingleses.
De todas formas, juntos, FitzGerald y Zurbriggen, hicieron el primer ascenso del monte Sefton, conformando la cordada junto con Jack Clarke, uno de los neozelandeses que había integrado la cordada que escaló por primera vez el monte Cook; y realizaron los primeros ascensos a los montes Sealy, Silberhorn, Tasman y Haidinger.
De todas formas y aprovechando la oportunidad que se le presentaba, Zürbriggen hizo un ascenso en solitario al monte Cook, dado que FitzGerald solo quería hacer primeros ascensos y no repetir ascensos de cerros que ya habían sido coronados.
Los neozelandeses respetaron la escalada de Zürbriggen, pero les molestó mucho y se resintieron con la actitud de FitzGerald, al cual, lo calificaron de engreído y altanero.
FitzGerald, exageró sus logros en los artículos entregados a la Royal Geographical Society, El primer cruce de los Alpes del Sur en Nueva Zelanda y en Climbs in the New Zealand Alps (1896), donde borró la imagen de Clark en la fotografía de la cumbre del monte Haidinger, esto demostraba que los calificativos de los neozelandeses no eran errados y tampoco exagerados.
El guía de montaña suizo-italiano Matthias Zürbriggen, integrando la expedición de FitzGerald, realizó la segunda ascensión al monte Cook, el 14 de marzo de 1895, desde el lado del glaciar Tasman, y por la cresta que ahora lleva su nombre. Si bien está acreditada como la primera ascensión en solitario al monte Cook, Zürbriggen, fue acompañado en gran parte de su ascensión por J. Adamson.
Tras la escalada de Zürbriggen pasaron otros diez años hasta que la montaña fuera escalada de nuevo.
En el libro Historia del Aconcagua, de los militares argentinos Punzi, Ugarte y de Biasey, nos relatan, algunos aspectos de este alpinista inglés, FitzGerald: En una pequeña posada del Tirol, junto al fuego cordial, dos hombres recuerdan sus antiguas andanzas de alpinistas. Uno es australiano (En esto hay un error, dado que Conway, era inglés, nacido en Rochester, Inglaterra, en el 12 de abril de 1856 y falleció 19 de abril de 1937), veterano montañés y narra con vivo acento sus viajes y ascensiones por las desconocidas cordilleras sudamericanas.
De izq. a der.: Matthias Zurbriggen, Fizgerald, Arthur Ollivier, George Edward Mannering and Jack Adamson. En Los Alpes.
Foto: www.wikiwand.com
Edward FitzGerald, inglés, viejo vencedor de montañas, escucha subyugado los apasionantes relatos de su interlocutor (Edward Conway), que prende en su ánimo la obsesión del imbatible Aconcagua.
Corre el año 1895. De esta simple circunstancia, surgió la idea central que da vida, un año después, a la formidable cruzada que atacó el coloso americano durante dos meses, intentó varias ascensiones, coronó por dos veces la máxima cumbre (Por los integrantes de su expedición) y aportó al estudio científico de la región del Horcones, los primeros datos serios, mediciones y levantamientos topográficos y observaciones de flora y fauna.
Durante el año 1896 y ya en Inglaterra, Edward organizó la expedición, la que integró con guías de montaña, científicos y porteadores, pensando en afrontar lo peor en un cerro desconocido y de gran altitud.
Todo listo, y el 15 de octubre de 1896, se embarcó con todas sus indumentarias, equipos, etc., y su gente en Southampton, en el barco Thames, rumbo al otro extremo del Atlántico, Buenos Aires.
Conocía los datos históricos militares del cruce de los Andes del General San Martín, y los escritos de Eliseo J. J. Reclus, de T. W. Hinchliff y los más recientes del alemán, doctor Richard Paul Wilhelm Güssfeldt.
Fue así que en el periodo estival de los años 1896 y 1897, conformó esta expedición científico-deportiva al cerro más elevado del continente americano, el Aconcagua.
Para esa época no había muchos datos relevantes sobre el Coloso de América, solo algunos dispersos relatos de los miles de viajeros que iban y volvían por el camino de Uspallata a hacia Chile, pero con una carente falta de conocimientos de valor geográfico. De todas formas, Edward tenía alguna bibliografía científica referente a los alrededores de su objetivo, el Aconcagua.
De estos datos nos decía, el propio Edward: Mi intención era llegar al Aconcagua por la Argentina, por el valle de Mendoza, donde corre un camino que finalmente cruza los Andes por la cresta llamada La Cumbre y desciende hacia Chile.
Este paso llamado de Uspallata, pasa cerca de la base del Aconcagua. Se han escrito muchos libros sobre esta ruta; sus autores son viajeros. Uno de los primeros científicos que lo cruzó fue Darwin, y el capítulo del Crucero del Beagle, en que describe su expedición, representa parte importante de la literatura sobre el Aconcagua.
El gran naturalista desembarcó en Valparaíso en marzo de 1835 y luego de pasar a Mendoza por el paso del Portillo, más al Sur, regresó a Chile por La Cumbre.
No se apartó de los caminos ya conocidos por miles de viajeros, pero sus observaciones sobre la naturaleza del terreno, especialmente la geología, son todavía de gran valor.
En 1849/52, una partida norteamericana de la “Expedición astronómica naval de Estados Unidos al hemisferio Sur”, hizo varias exploraciones que han sido descritas por Gilli, su jefe.
Stelzner, en el curso de su prolongada excursión geológica de América del Sur, cruzó los Andes por una ruta difícil, al Norte, y nuevamente lo cruzó a su regreso por La Cumbre y el valle de Mendoza.
Por eso, en lo que se refiere a los caminos frecuentados por donde los guías chilenos y argentinos llevan viajeros a través de los Andes, poco queda por ver que no haya sido descrito anteriormente. Los trabajos de los hombres que he nombrado y de los otros como Pissis y Stübel, se han orientado principalmente hacia la geología.
Muy pocas veces los andinistas han pensado en aproximarse a las cordilleras sureñas y gran parte de esta tierra es todavía virgen, ya que con rara unanimidad los deportistas han centrado sus energías sobre los picos del Ecuador y más al Norte, entre ellos: Humboldt, Boussingault, Whymper, Reiss, Stübel, Welh, von Thiel… Pero en el territorio que yo había elegido, Güssfeldt, fue el único antecesor.
Desgraciadamente, poco hay, en cuanto a información certera y fidedigna. Mientras que la construcción de las vías férreas del Ferrocarril Trasandino, se había detenido por cuanto la empresa estaba en bancarrota y sus rieles arribaban solo hasta el lugar de Punta de Vacas, distante varios kilómetros del acceso de Horcones al Coloso.
Punta de Vacas era un lugar con pocas cosas útiles y desprovisto de toda comodidad, lo cual, no bien arribó al lugar, FitzGerald, ordenó llevar todo el material de la expedición a la desembocadura o unión según como se mire, de las cuatro quebradas, unos pocos cientos de metros del lugar del arribo.
Ahí comenzó la ardua tarea de empezar con los reconocimientos para atacar el cerro.
Poco había en la zona para tomar como apoyo a la expedición, salvo el ferrocarril que para esa fecha solo llegaba como ya dijimos a Punta de Vacas.
Muy poco fue lo que encontró en Punta de Vacas, Fitz Gerald, solo un pequeño refugio de madera, con algunos cobertizos y chozas de barro.
No bien bajó, ordenó establecer el campamento base, a media milla de allí, donde se estableció su primer vivac, el cual duró durante siete largos meses, como base de operaciones para los reconocimientos y actividades de los ascensos, donde instaló 10 carpas y 50 bultos con todos sus pertrechos para enfrentar las exigencias de la expedición.
Los arrieros contratados nada sabían del cerro, que seguro que lo habían visto desde el camino o huella internacional que une a ambas naciones, Chile y Argentina.
El 9 de diciembre de 1896, iniciaron la marcha a las 05,30 horas, comenzando la actividad tan solo tres integrantes, desde el Sur del Cerro, ellos eran Fitz Gerald, Zürbriggen y el arriero Sosa, en busca del vértice del Coloso de América.
En ese primer día, realizan 10 horas de marcha y se cree por los informes y carta que levantaron que haya sido, su marcha introduciéndose por la de río de las Vacas hasta la quebrada de los Relinchos.
Al día siguiente, 10 de diciembre, lo describe el propio Fitz Gerald: A la mañana siguiente, Zürbriggen y yo decidimos escalar un cerro próximo al lugar en que nos encontrábamos, esperando ver desde la cima, nuestra montaña.
Subimos por grandes laderas de escombros siguiendo las pequeñas sendas de los guanacos, que allí parecían ser muy abundantes.
Al rodear una loma hallamos media docena de estos animales pastando tranquilamente.
Zürbriggen, gran cazador, gruñía de rabia por carecer de armas. Cuando llegamos a la cima grande fue nuestra desilusión, pues no era sino una loma de otro pico mucho más alto.
Estábamos muy cansados. Nos acostamos en el piso y nos dormimos. Cuando nos despertamos, un gran pájaro volaba en círculo sobre nosotros; era un cóndor, que evidentemente, nos creía muertos y venía a tomar su alimento.
Al movernos, se elevó en los aires y desapareció. Estábamos a 16.000 pies y 2.000 metros por debajo de la cumbre vecina. Regresamos y a las 11,00 horas alcanzamos nuestro campamento.
Volvieron Zürbriggen, Fitzgerald y el baqueano llegaron luego de una larga jornada de marcha por la quebrada que remata en el valle de los Relinchos, lugar este desde donde divisan a su majestad, todo esto inducidos por el guía que por tentar por este lugar los lleva a ver el acceso que por ese entonces la toman como una ruta impracticable; Fitzgerald, ordenó el repliegue, dando por concluido el acceso por este lugar y los mueve a buscar por otro acceso, y ordenó, trasladarse a Puente del Inca.
El 14 de diciembre, la nueva base se encuentra instalada, en la desembocadura de Horcones, desde donde se trató de realizar nuevos reconocimientos; llegaron hasta el límite para observar desde lejos que las dificultades son mayores por que se les antepone el cordón del cerro Tolosa; desde el límite solo se llega a observar la parte más elevada del Aconcagua.
Además, el rigor de la pesada mano del clima los hace probar a pesar de la época del año, el furor de la nieve y del viento, que entumecieron a los jinetes que con sabor amargo regresaron al campamento de Puente del Inca.
El 18 de diciembre, Zürbriggen y el arriero Sosa, acompañados por sus respectivas mulas y una carguera de repuesto, se introdujeron en el laberinto del río Horcones para visitar las entrañas mismas del Coloso.
El mismo día, que se habían internado en la búsqueda de la ruta de ascenso, el mismo día llegaba la noticia desde Chile que el Club Atlético Alemán de Santiago de Chile, estaba iniciando los preparativos para intentar por la ruta de Güssfeldt, el ascenso al cerro, esto hizo poner un poco nervioso a Fitzgerald, ante la posibilidad de que los chilenos le arrebataran la posibilidad de ser ellos los primeros en coronar el cerro.
Ya en la zona de Horcones Inferior, Matthías, observó la pared Sur y se dio cuenta que por esa ruta era imposible encarar el intento y pensó que era mejor seguir adelante por la retaguardia de la inmensa pared que observaban.
Posiblemente o en la vega de Horcones inferior o al terminar la Playa Ancha, los detiene el cansancio de la jornada y de la tarde que se va apagando y arman la carpa para pasar la noche; al otro día, Matthias, hizo regresar a Sosa y él siguió, reconociendo hasta llegar a la base del propio cerro.
Hombre y ganado se encontraron bastante agotados por la larga jornada del fatigoso reconocimiento, dieron por concluida la misma y regresó a la carpa que había dejado en la jornada anterior.
Nuevamente, al siguiente día volvió con su tozudez y obstinación para intentar descubrir la ruta de ascenso.
Volvió sobre sus rastros, continúa hasta aproximadamente lo que hoy se conoce con el nombre de Nido de Cóndores, no solo descubrió la ruta normal del cerro sin saberlo, sino que se unió a la huella que había elegido en el año 1883, Paul Güssfeldt, cuando hizo su intento; luego, inició el regreso, después de maravillarse del horizonte hacia el Oeste lejano que se unía a la cinta azul que mostraba el océano Pacífico.
De regreso, llegando casi a lo que actualmente se conoce como Plaza de Mulas superior, Zürbriggen y cabalgadura ruedan hacia abajo, lesionándose el caballo, lo cual hizo imposible de montarlo, provocando que debiera pasar la noche a la intemperie y sin probar bocado.
Al día siguiente y luego de un día de una marcha agotadora y complicada, llegó a la carpa; reiniciando la marcha al día siguiente, encontrándose en proximidades de la Laguna de Horcones, con Vines y el arriero Sosa, que ante la ausencia y pensando lo peor habían marchado a su búsqueda.
El acicate de la inesperada competencia y la feliz noticia del suizo, de ver la posibilidad de una ruta posible para el ascenso, impulsó a Fitzgerald, a forzar la tentativa y fue así que el 23 de diciembre 6 hombres y doce bestias rompieran la marcha en la mañana de ese día, siendo el propio Fitzgerald, quien describía: El escenario era salvaje y pintoresco. A lo largo de la ribera del río, grandes pilares de barro y piedras semejaban el valle Evolena de Suiza, junto a las montañas, cuyos costados mostraban maravillosos colores estratificados.
Pasamos junto al Almacenes, de curiosas series de capas de rocas absolutamente regulares y de casi todos los tonos concebibles.
Fue menester vadear otra vez el río. Casi no podíamos manejar las mulas; hubo que parar varias veces a reajustar las cargas. Por fin, luego de cruzar interminables laderas de escombros, llegamos a la parte más elevada del valle Occidental.
La vegetación había cesado y aparecieron vastos espacios lisos de detritos, de casi media milla de ancho. Al mediodía avistamos el lugar donde Zürbriggen estableció su campamento intermedio bajo un pico de forma de horca. Allí almorzamos y luego continuamos el viaje; el aspecto del valle comenzó a cambiar, en vez de lechos planos de nieve atravesamos grandes acumulaciones de nieve sin derretir.
El camino era difícil, y se tornó peligroso para los animales. Caímos muchas veces antes de arribar a la cabeza del valle, donde llegamos a las 16,00 horas, afortunadamente, sin sufrir accidentes serios. Como la falta de pasto hacía imposible llevar más lejos las mulas, descargamos nuestro equipaje y establecimos un vivac que luego llamamos campamento de los 14.000 pies, justo en la punta del glaciar Horcones Superior.
Habían llegado a lo actualmente es llamado Plaza de Mulas Superior, Fitzgerald, lo mueve el incentivo de llegar a ser los primeros y esto hizo que ese día no se lo tomara en descanso al pie del cerro y siguieron la marcha hasta unos 600 metros más arriba donde improvisaron un vivac, donde los fatigados hombres y bestias, al intemperie pasarán la dura noche, cobrándose la primera víctima de la altura, el fornido y alto Lochmatter, quien preso de las náuseas y los vómitos pasó una horrenda noche, debilitándose por el malestar.
Al día siguiente, cuando empezaba a colorear, cinco andinistas saliendo de sus sacos de dormir, solo pueden tomar un tibio café, que alcanzaron a desentumecer de la noche helada que han tenido que soportar, pero de todas formas, los entusiastas montañistas reinician la ofensiva por la pendiente cubierta de material de acarreo, tornándose un pesado ejercicio en el avance lento hacia la lejana cúspide.
La propuesta de llegar hasta el lugar reconocido por Zurbriggen, se fue haciendo cada vez más lejano y cada vez más se repiten los descansos para recuperarse del agotador esfuerzo.
Han alcanzado los 5.200 metros aproximadamente, los estragos que hizo la altura, el mal descanso del día anterior y la falta de adaptación, produjo que instalaran en el lugar el campamento de altura provisorio; mientras que Lochmatter, regresó ante la falta de recuperación, al campamento del valle.
Los andinistas pernoctaron en pequeñas e incómodas carpas, ronquidos malestares e insomnio, fue aquel programa de la Nochebuena de 1896; uno de los integrantes le dice a su jefe, Fitzgerald, Feliz Navidad, a lo que Fitzgerald, le contestó: Que no lo era, con lo cual, finalizó la cuestión.
El guiso irlandés en el desayuno, frío y con la grasa helada que debieron disolver en la boca, constituyó un pobre y asqueroso desayuno; no había leña, lo que probaron les produjo náuseas y violentas arcadas.
Todo eso hizo esperar la salida, cuando el tiempo calmó sus energías y todo hizo presagiar el buen tiempo, solo dos personas se encontraban en condiciones de seguir y así lo hicieron, Zürbriggen y Fitzgerald.
Su objetivo era buscar el lugar apto para instalar el campamento de altura, llegaron al lugar y de ahí, visualizaron la cumbre e hicieron un mal cálculo, el cual, en dos o tres horas podrían alcanzar la cumbre y se lanzaron hacia ella, groso error, desde allí 10 largas horas, eran normales para alcanzarla.
A las 2 o 3 horas de marcha, Fitzgerald, se encontró agotado y a la vista de los dos hombres, decidieron regresar, alcanzando el campamento desde donde habían salido.
El día 26 de diciembre, llegaron los víveres frescos y los medios para calentar los mismos, se repusieron las fuerzas y las ganas y trasladaron el campamento de altura al actual Nido de Cóndores; al llegar, Zürbriggen solo decidió continuar para reconocer la ruta de ascenso, día completo que logró ascender un poco más de 600 metros, del campamento de altura, regresando con la buena nueva de haber encontrado el mojón de piedra y la tarjeta depositada por Güssfeldt, en un envase, en la cual había escrito el alemán: Segunda tentativa al cerro Aconcagua, marzo de 1883.
Fitzgerald, luego de este arduo trabajo del equipo, ordenó replegarse hacia el valle de Horcones, había que recuperar energías en sus integrantes, reunir y seleccionar el equipo adecuado y material necesario y planificar el ataque quizás final.
El 30 de diciembre, la columna de la expedición se trasladó nuevamente hacia el campamento de altura de Nido de Cóndores, donde llegaron a la noche luego de una larga jornada, que finalizó sin poder encender la leña que llevaban para calentar el agua y la comida, y se debieron conformar con una sopa tibia.
El 31 de diciembre, a las 05,45 horas comenzó el vía crucis hacia la preciada cumbre. Los integrantes animados por la esperanzada idea de coronar la cima, se entusiasmaron, eligiendo el camino más corto hacia la tentadora cima, pero el más pesado y el frío de la mañana y la caricia del viento helado comenzó a hacer estragos empezando por Zürbriggen, que se detuvo al no sentir sus pies, insensibles, lo que alertó a Fitzgerald, que, sin perder la calma, le sacó los zapatos y comenzó a realizarle masajes para recuperar la circulación sanguínea en las extremidades. El propio Fitzgerald, lo describía: Dramática y a la vez pintoresca fue la escena del accidente a Zurbriggen; le pregunté si se sentía mal, a lo que respondió manifestándome que no sentía sensación alguna en los pies. Trató de saltar y patear las rocas para restablecer la circulación y yo comencé a alarmarme.
Los demás se acercaron, le quitaron las botas y empezaron a frotarlo. Con horror descubrí que la circulación estaba detenida. No sentía nada. Le sacamos las medias, lo frotamos con nieve y con brandy, y cuando pensamos en una amputación, recobró la sensibilidad lentamente y luego, comenzó a quejarse por el dolor.
Luego, se retorcía y gritaba tanto que nosotros redoblábamos nuestros esfuerzos, ya que este tratamiento era su única salvación, aunque él pretendía luchar con nuestros esfuerzos.
Finalmente se puso de pie y entre los dos bajamos lentamente.
A intervalos repetíamos las fricciones, y ya en la carpa, pese a mi pedido de dejarlo dormir, le administramos los últimos masajes, durante los cuales él gritaba insultándonos en siete idiomas diferentes.
Y decía: “Veinte años escalando montañas, y por primera vez fracasa una expedición por mi culpa.”
Mientras que se lo cubre con varias mantas a Zurbriggen, Fitzgerald, meditaba si era prudente seguir con la ascensión o era mejor abandonar el intento.
Al día siguiente, amanece soleado, como invitándolos a una nueva prueba. Zurbriggen, estaba animado y reincide en su nuevo intento. A todo esto, nos relataba Fitzgerald, el momento: La noche estaba calma y calurosa 12° bajo cero; para desayunar tratamos de calentar el desayuno, el café, con una hornalla rusa. Esta máquina es como una lámpara que usan los pintores para quitar la pintura vieja mediante el quemado. Consiste en una caldera pequeña que contiene alcohol y que se calienta por debajo, a fuego. Los vapores calientes pasan por un tubo inferior y emergen en forma de llama.
Aunque funcionaba perfectamente, cuando fue probada en Londres, la atmósfera enrarecida del momento impedía su encendido. Quisimos calentarla con algodones saturados de alcohol, con el único resultado de tremendas explosiones. Y aunque nos habíamos estado quejando de que el alcohol no ardía con propiedad, pronto nos sorprendió al ver qué bien ardía sobre nuestras caras y manos.
Zurbriggen, que recibió la peor parte, tiró la máquina montaña abajo, maldiciendo al inventor.
A las 08,00 horas, pese a todo esto, se decidió iniciar la marcha, cuando el sol ya estaba bien alto, buscando que el ambiente estuviera más soportable para los expedicionarios.
Volvieron por la pendiente del Gran Acarreo, donde el suelo en parte duro y en otros, blando no permitía seguir un buen ritmo; a todo esto, uno de los integrantes rueda pendiente abajo.
Esto hizo reflexionar al grupo, que luego del reciente accidente, reiniciaron la marcha zigzagueando lentamente hacia el objetivo.
Llegaron a superar apenas los 6.600 metros de Güssfeldt. Hicieron un descanso para seguir. Fitzgerald, directamente enfiló hacia la cumbre Norte, pero la marcha se prolongó durante un corto tiempo donde luego de un alto en la marcha, regresaron nuevamente hacia el campamento de altura, actividad que lograron concretar muy exhaustos.
La síntesis de este nuevo intento, lo realiza el propio Fitzgerald, que nos decía: El huracán nos cortaba el aliento. Cada ráfaga fuerte nos dejaba como después de caer en agua helada.
Fatigados, entumecidos hasta los huesos, cayéndonos, llegamos a la carpa, sin tiempo más que para calzarnos en los sacos de dormir y cerrar las puertas de la carpa.
La cocina se había roto, y no probamos bocado. Todos sufríamos fuertes dolores de cabeza, como si una banda de hierro nos apretara la frente.
La temperatura máxima había sido de 8° C., durante los tres últimos días y escasamente alcanzó los 2° C, a la sombra.
Una terrible depresión se apoderó de nosotros. Ni hablábamos. A veces parecía como si se fuera a perder la razón. Toda ambición nos había abandonado y nuestro único deseo era volver al campamento bajo y respirar nuevamente como seres humanos.
Cada vez que erguía mi cabeza daba vueltas y caía desvanecido, mientras grandes manchas negras me oscurecían la visual.
Comprendí la absoluta necesidad de traer buena leña, pero por el momento no podía hacerse más.
Con las primeras luces del día 2 de enero de 1897, comenzó el repliegue a Puente del Inca, al llegar a Plaza de Mulas, solo quedaron Lanti y Pollinger, el resto siguió la marcha.
Durante la misma, cuando se encontraba cruzando el río Horcones, ya aproximándose al destino, en un cruce de un vado, Zurbriggen y su mula fueron arrastrados por la corriente del río, que en ese momento iba con su mayor caudal, rescatando por Fitzgerald y el arriero Sosa. Primero Zürbriggen, que casi se ahoga, y luego, enlazando al mular, que lograron salvar.
Unos días de descanso y de tranquilidad en Puente del Inca, repusieron los ánimos y además, se utilizaron estos días para seguir con las anotaciones de lo relevado tanto del cerro, como de la región; en cuanto al terreno y el ascenso¸ se realizaron también, mediciones trigonométricas, anotaciones sobre la flora y la fauna, fotografías del lugar, etc.
El 9 de enero, los expedicionarios despertaron presurosos en sus actividades dado que en los días anteriores habían decidido volver a tentar suerte con el cerro.
La columna se desplazó hacia la nueva tentativa, llegando al finalizar Playa Ancha, lugar de una gran piedra y de un curso de agua, que podía verse bastante potable para los sedientos expedicionarios.
El día 10 de enero, amaneció radiante y la gente se aprontó para seguir en la huella hacia el objetivo fijado; a las 10,00 horas arribaron al campamento base, Plaza de Mulas, y luego de un breve descanso continuaron hacia Nido de Cóndores, donde arribaron a las 17,00 horas, donde ya habían llegado los suministros de víveres, leña, ropa, los cuales habían sido llevados por Lanti y Pollinger.
Solo le quedaba nuevamente enfrentar a la trilogía del terreno, clima y altura; pero los integrantes, luego de los días de descanso y reponer energías se encontraban optimistas y prestos a continuar con el desafío.
El mismo Fitzgerald, nos decía: Al llegar al campamento superior, los hombres estaban contentos y en excelentes condiciones.
Sonreían y bromeaban mientras fumaban sus pipas en el crepúsculo. No fue sino hasta que se duerme una o dos noches a esta altura que uno siente el peso de la depresión y la desesperanza.
Estábamos tan bien que pensé no intentar una ascensión hasta ver qué harían con nosotros unos cuantos días de descanso y buena alimentación a esas alturas.
Esperaba que el grupo se acostumbrara al aire enrarecido: si podíamos respirar con el barómetro en 15 pulgadas, ¿Por qué no en doce y media, que sería la de la cumbre?
Ahora creo que esto fue un error de mi parte; debimos apurar desde un principio.
Cada día a esta altura hizo a uno más débil. Por principio, el frío era aplastante; sea cual fuera el número de mantas, era imposible calentarse realmente.
El día 11 de enero, se utilizó para el descanso y seguir con la adaptación a la altura; el día 12 de enero, a las 09,00 horas, iniciaron la marcha hacia la cima, pero solo llegaron hasta los 6.000 metros, lugar que el jefe de la expedición, comenzó con sus malestares, agudos dolores, violentas náuseas y vómitos, regresando al campamento de altura; al poco rato se replegó Pollinger.
El que continuó fue Zürbriggen, quien llegó próximo a la entrada de la Canaleta y se dio cuenta que la cumbre más alta era la Norte, pero exhausto, y con mucha sed, regresó al campamento de altura; lo bueno que había superado la altura de Güssfeldt y había reconocido la ruta.
Esto va a entusiasmar más a todos los expedicionarios, especialmente a su jefe. Al otro día, volvieron al ataque para intentar coronar la cumbre. Superaron los 6.300 metros, donde Fitzgerald, se accidenta en una caída, debiendo regresar, pero con la idea de volver a intentarlo.
A las 07,00 horas del 14 de enero, la columna enfila nuevamente hacia la ansiada cumbre, a las 13,00 horas y tras un alto de marcha, Fitzgerald, volvió a caer bajos los efectos de la altura, pero le ordenó a Zürbriggen continuar, mientras que Lanti y Pollinger, lo condujeron hacia el campamento de altura.
A pesar de la lenta marcha, el suizo, sigue hacia arriba, sus altos de marcha se fueron intercalando en el progreso, para recuperar en parte el ritmo cardiaco, que por momentos parecía que el corazón fuera estallar.
Pero logró alcanzar un momento donde la pendiente se aplana y todo el mundo a su alrededor lo tiene y lo observa a sus pies, para su gloria y de la expedición a la cual integraba, había coronado la cima de América, el Techo de América.
Un mojón de piedras con su piqueta, son testigo de la presencia del vencedor que quedaron en la cima como testimonio.
Horas después con las últimas luces, el regreso del triunfador llega al campamento de altura, y era tal el cansancio, que el entusiasmo y alegría de sus compañeros y los saludos por el éxito, no lo conmociona y solo deseaba descansar e hidratarse.
Luego, toda la expedición bajó hacia Puente del Inca y un mes más tarde, en otro intento el 13 de febrero, fueron dos más los que arribaron a la cima y bajaron la piqueta dejada por Zürbriggen, ellos fueron, el italiano Nicola Lanti y el inglés Stuart Vines.
En resumen, tres integrantes del mencionado equipo realizaron sus dos primeras ascensiones, en el Techo de América, el Aconcagua y en otros cerros como el Tupungato; la primera la realizó Zürbriggen, y luego, Nicola Lanti y Stuart Vines.
El acto final de la victoria del hombre sobre el Aconcagua, se sintetiza en el relato de FitzGerald, quien nos decía: La mañana del 14 de enero de 1897, los hombres estaban fuera de la tienda desde antes del amanecer, preparando la comida. Desayune abundantemente. No hacía frío. A las 07,00 horas salimos, Zürbriggen, Pollinger, Lanti y yo, en dirección al peñón que señala el límite alcanzado por Güssfeldt, que en dos horas y media alcanzamos, pese al camino empinado y con cantos rodados.
Más allá se veía un piso firme y de menor pendiente. Pollinger se desvió a buscar el saco de provisiones que en nuestra anterior tentativa depositamos a 22.000 pies, y los tres restantes encaramos la nueva ruta, más fácil y al abrigo del viento.
A las 10,00 horas reiniciamos la marcha hasta alcanzar, a las 12,30 horas, 1.000 pies por debajo del pico mayor del Aconcagua y allí nos sentamos a esperar a Pollinger con la mochila de provisiones.
Un detalle, la botella de champán que había estallado, nos llenó de desconcierto, pese a lo natural del fenómeno.
Eran las 13,00 horas. Sentí de pronto que no podía moverme. No necesito hablar de mi desilusión. Ordené a Zürbriggen que siguiera solo, y a los tres cuartos de hora, ya lo vi 400 pies por encima de mí.
Me separaba de la meta, 400 yardas escasas, pero me sentí que nunca llegaría a ella. Traté, empero, de seguir, y a los dos pasos me desplomé ahogado y con náuseas. Varias veces me paré, y otras tantas sufrí el mismo síntoma.
La vista se me nubló y andaba como en sueños. La montaña giraba a mi alrededor. Envié a Pollinger al campamento y de allí a Inca a buscar caballos y ordené a Lanti, que me condujese a las carpas. Nunca olvidaré lo que siguió. Las piernas se me doblaban y me lastimaba en los pedruscos. No sé cuánto tiempo me arrastré en ese miserable estado: una hora y media, quizás.
Al llegar a un planchón de nieve me tiré sobre él y rodé montaña abajo. A las 17,00 horas, llegué al vivac sin náuseas, pero con un dolor de cabeza que me cegaba.
Una hora y media después, llegó Zürbriggen. Había ganado la cumbre y plantado en ella su hacha para hielo. Estaba atontado de fatiga y parecía, tal era la debilidad y cansancio, no dar importancia a su triunfo.
La noche pasó entre los más extraños ruidos: jadeos, respiraciones, ahogos. A la mañana siguiente, clausuramos nuestro campamento y volvimos a Inca. Así fue conquistado el Aconcagua.
FitzGerald, sufrió posteriormente de fiebre tifoidea, lo que retrasó la publicación de The Highest Andes, que se editó en el año 1899.
En el año 1900, FitzGerald, se unió al Imperial Yeomanry, para luchar en la guerra de Sudáfrica, en la guerra de los Boers, donde fue ascendido al grado de teniente segundo, prestando servicios en el 5to Regimiento de Dragones y luego ascendido a teniente primero, en el año 1901.
Más tarde, fue trasladado a los dragones de Inniskilling y fue ascendido a Capitán, en el año 1906 y al grado de mayor, en el año 1912.
Continuó sus servicios en la oficina de guerra de 1914 a 1919. Previo a esto y entre esos años, más precisamente en el año 1903, dejó las actividades de montaña, luego de un accidente que tuvo en el Zermatt.
De todas formas, el no poder coronar la cima del Aconcagua, sin lugar a dudas fue esta triste experiencia que hizo que su pasión por la montaña, se fuera rápidamente de sus planes, más aún, siendo una persona con un pasar económico muy holgado, hizo que su rumbo, se fuera para una vida más cómoda y placentera.
Entre tanto, hacemos algunas referencias de Ménie Muriel Dowie (1867-1945), quien después con el tiempo tendrá vínculos afectuosos con nuestro biografiado, Edward Artur FitzGerald.
Transcurría el año 1891, cuando la señorita Dowie, contrajo matrimonio con el escritor y viajero Henry Norman (1858-1939), luego de esta unión viajaron intensamente durante los siguientes años, y parecían que era un matrimonio muy feliz. De este matrimonio nació, Henry Nigel St., en 1897.
Norman se divorció de ella, en el año 1903, después de descubrir un romance, que causó un escándalo y por ser públicamente acusada de adulterio con nuestro biografiado, el montañista con Edward Arthur Fitzgerald.
Con quien posteriormente se casó, el 13 de agosto de 1903. En el año 1928, Dowie, se separó de Fitzgerald; luego, Dowie, emigró a los Estados Unidos, en el año 1941. En el año 1943, su hijo, Henry Nigel St. Valery Norman, y padre de tres, falleció en un accidente de aeronave, a los 45 años.
En el año 1907, Norman, el esposo de Dowie, se volvió a casar con Florence Priscilla (Fay) McLaren (1884-1964), hija de un rico industrial y miembro liberal del Parlamento, Sir Charles Benjamín Bright McLaren, más tarde lord Aberconway. Tuvieron tres hijos, y en el año 1922, el matrimonio adquirió Ramster Hall, Chiddingfold, Guildford y Surrey, donde vivieron.
Edward Fitzgerald, padeciendo asma durante mucho tiempo y también creyendo que Gran Bretaña perdería la guerra, falleció el 2 de enero de 1931, en Londres, en su domicilio, número 38 de Green Street, Park Lane, y Marsden Manor, Rendcombe, cerca de Cirencester, Gloucestershire.
Entre los escritos que nos dejó Edward FitzGerald, el más conocido fue The Highest Andes, publicado en Londres en el año 1899. Previo a este y luego de explorar y ascender algunos cerros en Nueva Zelanda, publicó Climbs in the New Zealand Alps, en el año, 1896.
Sir Martin Conway nos relataba sobre la persona de Fitzgerald: La muerte del comandante Edward A. Fitzgerald, me recuerda un capítulo entero de exploración de montañas hace mucho tiempo, cerrada y en parte olvidada. Su nombre siempre estará asociado a expediciones en los Alpes de Nueva Zelanda y los Andes de Chile y Argentina. Yo lo conocí por casualidad en una posada en Valtournanche. Olvidé por completo el hecho de que él o yo estuviéramos allí, pero ambos estuvimos alojados en la misma casa durante un par de días de mal tiempo.
Entonces me llamó la atención como un joven singularmente solitario y reservado. Si las circunstancias no nos hubiesen unido por la fuerza, no habríamos hablado entre nosotros; como era, el hielo finalmente se rompió, y luego comenzó a hablar. No era una persona común.
Cuando lo conocí, descubrí que estaba lleno de ambición por lograr algo, pero no sabía qué. Nos pusimos a hablar de la exploración de montañas, y él dijo que le gustaría intentar algo en esa línea. Antes de separarnos, declaró que iría inmediatamente a Nueva Zelanda y probaría escalar en el monte Cook.
También hablamos de los Andes, como escenarios tentadores para futuras aventuras. En ese momento estaba planeando hacer los “Alpes de punta a punta” en el verano siguiente (1894), y me pidió venir conmigo.
De hecho, luego vino. Se quedó conmigo unos días, hacía una o dos expediciones y luego salía volando a Londres o París, para un intervalo de comodidad y buena comida. Ese era el problema con él.
No se apegaba a su trabajo, no era constante. Al estar dotado con muchos de los bienes de este mundo desde la infancia, como muchos recursos, todo lo que quería había llegado a él con demasiada facilidad.
Si se hubiera visto obligado a trabajar para ganarse la vida, seguro que se habría hecho un nombre muy importante en cualquier carrera que hubiera elegido.
Se dirigió a Nueva Zelanda con mi viejo guía del Himalaya, Matthias Zürbriggen. Mientras estaba en el mar, los escaladores de Nueva Zelanda conocieron sus intenciones y determinaron que la primera ascensión del monte, no podía ser realizado por un extranjero.
El Monte Cook, no debe ser coronado por un guía extranjero. La primera noticia que recibió Fitzgerald al llegar fue que el monte Cook había sido subido. Siempre tuvo mala suerte en algunas de sus empresas, lo cual, sus ambiciones simplemente fracasaron en su logro.
Al regresar a Inglaterra, produjo un relato muy interesante y bien escrito de sus aventuras y luego procedió a organizar otra expedición a mayor escala.
Un día, en el viaje Alpes de extremo a extremo, él y yo conocimos a un viajero alemán en una cabaña.
Se habló sobre Aconcagua y el extraño nos dibujó una imagen y un boceto de ese pico. La conversación despertó la imaginación de Fitzgerald y desde entonces retuvo ese recuerdo.
Por lo tanto, estaba en el orden natural de sus cosas que debía hacer de esa montaña, la cual, la tuvo como objetivo de su próxima expedición. Nuevamente retuvo los servicios de Zürbriggen y tuvo la suerte de obtener la ayuda del señor Stuart Vines, como su asistente principal. Se pusieron a trabajar para organizar la empresa de una manera muy exhaustiva y sin importar los gastos. Vines se fue entrenando como un topógrafo experto.
El hijo de Sir Edmund Gosse, estuvo comprometido como naturalista. Se proporcionaron los mejores instrumentos para topografía, fotografía, etc. Estaban extraordinariamente bien publicitados. Cuando fui a Bolivia, un año después de su regreso, encontré toda Sudamérica llena de charlas sobre Fitzgerald y sus acciones.
Hizo su campamento base en la desembocadura del Valle de Horcones, frente a los Baños de Puente del Inca en la carretera principal trasandina donde ahora corre el ferrocarril. No fue un asunto pequeño, este campamento base, que Fitzgerald ocupó durante varios meses.
Trasladó una montaña de botellas, latas, cajas rotas y otros desechos que marcaron o dejaron sus huellas en el sitio por donde luego pasé. Desde este campamento, Fitzgerald, envió una expedición tras otra, pero principalmente en primera instancia para explorar y reconocer el Valle de Horcones y formar campamentos sucesivos, así como también para examinar la región circundante y escalar a varios puntos de vista, para descubrir la ruta hacia la cumbre del cerro.
También una de estas expediciones hizo el primer ascenso de Tupungato, la segunda montaña más alta de la zona.
Se enviaron dos o tres partes seguidas para examinar en detalle el camino hacia el Aconcagua y para acampar en varias etapas. Cuando todo estuvo listo para el ascenso final, el propio Fitzgerald se dispuso a efectuarlo, pero nunca estuvo dispuesto a entrenar y no pudo arribar a la cima o cumbre.
Otro intento tuvo el mismo destino y esta vez, logró Zürbriggen (si no recuerdo mal) completar el ascenso solo. Vines y Lanti hicieron un segundo ascenso. Por lo tanto, si Fitzgerald, no logró la gloria de hacer el primer ascenso de la montaña más alta del hemisferio Occidental, al menos lo organizó, y trajo una excelente encuesta de la parte más interesante de los Andes en esa región.
Regresado a Inglaterra, Fitzgerald y sus hombres pasaron muchos meses trabajando en sus resultados, y él mismo escribió un relato muy interesante y valioso de su empresa. Sin embargo, ese fue el final de su montañismo. A partir de entonces no se interesó por las montañas y consideró los pocos años que les había dedicado como un episodio completado y dejado de lado.
Actualmente se casó, convirtiéndose en el segundo esposo de una dama, admirada como la brillante autora de A Girl in the Carpathians, un libro que logró un gran éxito popular, que realmente lo mereció.
Fitzgerald, sirvió en el Imperial Yeomanía durante la Guerra de Sudáfrica, de donde recibió una comisión posterior en la 5ta Guardia del Dragón, un traslado posterior a los Dragones de Inniskilling.
Se retiró como comandante, pero volvió a servir en la guerra europea. Más tarde, creo que él y su esposa se establecieron en una tranquila villa de campo inglesa, y nunca volví a ver a Fitzgerald.
Él permanece en mi memoria como alguien singularmente bien dotado tanto por su naturaleza como por su fortuna, que podría haber logrado grandes cosas. De hecho, realizó un trabajo considerable y ocupará seguro un nicho en el templo de la fama en la exploración de una de las cadenas montañosas más grandes del mundo.
Se asoció al Alpine Club, en el año 1892.
Con el nombre de FitzGerald se conmemora con el nombre científico de una especie de lagarto sudamericano, Liolaemus fitzgeraldi, descubierto por George Boulenger, en el año 1899.
Sin lugar a dudas, este personaje de la historia del montañismo mundial, tiene facetas de su vida con sus claros y oscuros, pero no por eso debemos dejar de destacar que ha sido un destacado montañista y precursor y responsable de descubrir y hacer coronar la cumbre más alta de las Américas, el Aconcagua. Es es por ello la importancia de conocer parte de su vida, vaya por esto nuestro reconocimiento y valoración por sus aportes al montañismo y al conocimiento.
José Herninio Hernández
Andinista y escritor
jherdez6@gmail.com
Área Restauración Fotográfica del CCAM: Natalia Fernández Juárez
Centro cultural Argentino de Montaña 2023