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Recorriendo la quebrada de la Jaula, desde Vallecitos hasta Polvaredas, en la provincia de Mendoza

Su aparente proximidad desde Vallecitos y, a su vez, su difícil acceso, hacen de esta quebrada un objetivo muy deseado para el montañismo de exploración. Roger Cangiani ( montañista mendocino) y Florencia Sorrentino (staff del CCAM) nos invitan a adentrarnos en la aventura de descubrirlo

Florencia Sorrentino

Florencia Sorrentino y Adrián "Roger" Cangiani

Edición: CCAM Junio 2025



La Quebrada de la Jaula. Tras los pasos del 
“abogado perdido”  

 

Dicen por ahí que esta quebrada se llama “de la Jaula” porque no es fácil entrar pero mucho menos salir de ella. Esa advertencia me llegó después de haberla transitado y la frase me cerró indiscutiblemente. Sabía que íbamos a una quebrada poco transitada pero, muchas veces, esos lugares son poco explorados por las distancias o por la ausencia de rutas marcadas. No necesariamente es un tema de la dificultad de la ruta. En este caso, obtuvimos el combo completo: una distancia extensa, sin senderos y con cierta complejidad técnica. 

Sin embargo, y a pesar de las vicisitudes del camino, la quebrada nos devolvió un recorrido lleno de paisajes diversos, de colores que cambiaban a cada paso, nos exigió técnicas y nos hizo pensar, aún hoy, en las decisiones que debimos tomar, en los modos de organizar la cordada y en los proyectos de montaña presentes y futuros.

Ubicación de la Quebrada de la Jaula, provincia de Mendoza

 

El paisaje de la Quebrada de la Jaula

 

Hace poco, “el abogado perdido” para los medios de comunicación, Fernando Reto Reynal en la vida, hizo cumbre en el cerro Plata en el Cordón que lleva su nombre y, luego, en lugar de volver por el mismo camino hacia la zona de los refugios de Vallecitos, se desorientó y tomó el lado opuesto. Llegó a la Quebrada de la Jaula y salió a los seis días por la zona de Polvaredas. En defensa del abogado, el retorno a Vallecitos desde la cumbre del cerro Plata no es tarea fácil y es muy fácil perderse; ya sea por la pendiente, por los bancos de nubes o por el cansancio, el descenso puede jugar una mala pasada así que, pienso, no hay que subestimar esta cumbre bastante transitada. 

Nosotros íbamos a hacer un recorrido similar al del abogado pero adrede; nada de andar perdiéndonos. Nuestras conversaciones acerca de la proeza del abogado fue un tema de conversación a lo largo de los días, ¿por dónde descendió exactamente? ¿Ese empircado habrá sido armado por él a modo de refugio? ¿Estaba con botas de alta montaña (botas dobles)? ¡Che, bien el abogado que superó esas piedras! Y así nos entreteníamos pensando en los desafíos del hombre mientras tratábamos de desenmarañar los nuestros. 

Quebrada de la Jaula

 

Recorrer esta quebrada implicaba una experiencia ligada al llamado montañismo de exploración ya que no hay tracks del recorrido ni caminos. Algunas indicaciones llegaron a través de libros y de charlas con conocidos. También, la búsqueda en mapas se hace indispensable. Además, el terreno exige la toma de decisión a cada paso: ¿Atravesamos el río o seguimos por la vera? ¿Subimos la cuesta o caminamos por las rocas? ¿Armamos un campamento en esta zona o será mejor más adelante? Todo el trayecto implica determinaciones,  así que no es un lugar para relajarse mentalmente. Porque está el imaginario que si uno va a la montaña tiene la mente en blanco, sin preocupaciones pero creo que es según el desafío. En este tipo de terrenos la cabeza no tiene tiempo para relajar. El estado de alerta se mantiene latente.  

Así anduvimos por la Quebrada de la Jaula. Por supuesto no fuimos los primeros ni seremos los últimos. La quebrada es poco transitada pero, a la vuelta, pudimos conversar con más personas que transitan esos rumbos. Su información definitivamente hubiese sido más útil antes de la expedición pero, quizás, fue el paso obligado para que la travesía fuera full experience montañismo de exploración. 

Fotografía: André Bonacin. Interpretación: G.C.Geografía y Geología de Mendoza

 

Video

 

 

El ingreso por una zona familiar: Vallecitos

 

Integrantes de la expedición: Adrián “Roger” Cangiani y Florencia Sorrentino

Recorrido total: 75 kilómetros

Duración: 8 días

Altitud máxima: 5200 (col Vallecitos-Plata)

Resumen de la travesía: refugio en Vallecitos, ascenso al col Vallecitos-Plata, descenso hacia la Quebrada de la Jaula. Caminata hacia cercanías del Nevado del Excélsior. Vuelta a la zona de descenso. Marcha por la quebrada y salida a la ruta (Polvaredas). 

 

Llegamos a Vallecitos a las 2 de la mañana en un remis. Desde Mendoza demoramos unas tres horas. La subida fue vertiginosa porque, si bien Miguel ya nos había llevado en alguna que otra ocasión, no tiene un auto 4x4 y teníamos cierto temor de quedarnos en el camino. 

Los primeros fríos de abril se empezaban a sentir en la zona de refugios de Vallecitos ubicada a 2900 metros sobre el nivel del mar. Nos instalamos y unos amigos nos vinieron a saludar. Ya habíamos coordinado el encuentro para intercambiarnos algo de equipo. Conversamos un poco y acordamos subir juntos hasta el campamento que teníamos planificado. 

Roger venía con una tortilla de papa y mucha charla. De a poco, nos pusimos al día con las últimas novedades y algunos ajustes del itinerario. No nos veíamos desde el ascenso a Aconcagua y el próximo desafío nos entusiasmaba. Además, coordinamos la expedición telefónicamente y ahí, en persona, pudimos conversar los detalles y visualizar todo el equipo. 

El chequeo de provisiones 

 

Habíamos programado comida para 9 días y el proyecto inicial incluía la posibilidad de subir al Nevado del Excélsior en la Quebrada de la Jaula. 

Revisamos el equipo técnico: grampones, piqueta, cuerda, artículos de primeros auxilios. Luego, el equipo personal. A pesar de los esfuerzos por reducir la cantidad de kilos, la mochila pesa, siempre pesa. 

La mañana del 12 de abril de 2025 comenzó oficialmente la travesía. Levantamos las mochilas y calculamos unos 22 kilos sin el agua. No necesitábamos al comienzo ya que el camino inicial ofrece vertientes. En el sendero nos encontramos a los amigos (Alejandro, Osmar, Juan y Alejandra con quienes entreno en Buenos Aires, y algunos amigos más que conocimos allí o que hemos cruzado en otras ocasiones como Esteban, con quien fuimos al Chañi en la provincia de Jujuy). Como ellos andaban livianos, nos ayudaron a llevar parte del equipo hasta el campamento Piedra Grande. ¡Unos genios!

Florencia y Roger cargando agua en Veguitas

 

Desde el encuentro atravesamos Veguitas Inferior, Veguitas Superior (en donde almorzamos, descansamos y recogimos algo de agua), y fuimos directo hasta Piedra Grande a 3580 metros de altura. Desde este campamento y hacia arriba ya no hay agua apta para el consumo y, peor aún, casi no había agua de ningún tipo. La decisión inicial fue portear agua desde Veguitas hasta allí pero era una preocupación para los días siguientes. 

Nos despedimos de los chicos que volvían a la zona de refugios. Ellos se quedarían toda la semana disfrutando de los diferentes cerros de la zona. 

Al día siguiente, ahora sin ayuda, decidimos seguir camino. El tapón, el Infiernillo, Salto Inferior, Salto Superior. A pesar de que era sábado -y es una zona bastante transitada-, había poca gente. Algún arriero, un grupo de mendocinos, una pareja amiga entrenando para futuras expediciones. En el camino nos indicaron un posible lugar con agua apta y allá fuimos. Era pasando el campamento Salto Superior, a unos 30 minutos. Llegamos a un nevé que desprendía gotitas de agua. Era perfecto. Acampamos. 

Florencia con el equipo completo en Vallecitos

 

El viento sopló durante la noche y más aún por la mañana. Si no cruzábamos ese mismo día hacia la otra quebrada, podrían complicarse los planes. Nos levantamos antes del amanecer pero salir se hizo imposible así que decidimos quedarnos un poco más en la carpa y dormir así, ya listos como estábamos. 

Luego del amanecer y cuando el sol empezó a calentar el terreno, el viento amainó un poco. Y decidimos probar. Pensábamos que iba a ser el día más duro de la travesía. Era quizás la mayor altura a la que  llegaríamos, todavía estábamos aclimatándonos a la altura y el trayecto era extenso. Además, ese día empezaríamos a andar por una zona desconocida y eso implicaba ciertas preocupaciones ya que debíamos tomar el camino correcto. 

La subida hasta los 5200 metros de altura cargados con la mochila completa fue dura. Y el viento no ayudaba. Yo iba lento y no había forma de apurar el paso. Una vez en el collado, en general uno tuerce a la derecha para ir al cerro Vallecitos o hacia la izquierda para ir al Plata (para donde fue el abogado). Nosotros seguimos derecho, hacia la quebrada vecina, hacia La Jaula. 

El calzado de Roger. Quebrada de la Jaula

 

Anduvimos una hora más en un terreno de piedra fina. Era como una arenisca. Me hundía y hacía un gran esfuerzo con mis 25 kilos a cuestas y mis 55 kilos en el cuerpo. Buscábamos el acarreo de bajada hacia la quebrada. 

Había charlado bastante con Florencia Cunietti quien nos había dado las indicaciones. Así que contábamos con audios de WhatsApp -ahora grabados en la memoria- que decían “montate un poco hacia la izquierda” o “hay que agarrar bien el acarreo porque sino te enriscás”. Así caminamos un tiempo y lo vimos. Las piedras finas como arena desaparecían y se abría una pequeña meseta de una roca ancha que dejaba ver el acarreo. Lo reconocimos y entendimos que era por ahí. Yo estaba contenta por haberlo encontrado y porque, finalmente, empezaríamos a bajar. Sentía pesada la mochila, la sentía en las piernas, precisamente en los cuádriceps. 

El acarreo de bajada a La Jaula

 

Hacia la Quebrada de la Jaula

 

La bajada fue eterna. Al principio el acarreo era cómodo, te sumergías en él revolviendo piedras por doquier. Me caí sentada una, tres, cinco, no sé cuántas veces. Y volví a pararme. La ilusión de casi estar llegando dura horas. Una vez que se ve la quebrada limpia, clara, una se ilusiona con la proximidad. Para peor la última hora y media el acarreo se pone más complejo. Fluctúa entre piedras grandes, incómodas, a piedras minúsculas en un terreno empinadísimo. 

Durante la última media hora mirábamos hacia la meseta verde de la derecha buscando un pequeño refugio instalado desde hace no mucho tiempo. Adivinábamos su lugar porque nos habían dicho que se confundía con la vegetación. Llegamos a él extenuados cerca de las siete de la tarde. El refugio estaba destruido. El sueño de dormir bajo techo se disipó de golpe. Acampamos apurados para no perder la última claridad. Disfrutamos la sensación de saber que, a partir de ese momento, la mochila iba a ser más liviana. Pensábamos dejar parte de la carga allí y seguiríamos al día siguiente hasta el Excélsior. 

La vegetación en la Quebrada de la Jaula

 

El Nevado del Excélsior, el pico más alto de la Quebrada

 

Subir al Nevado del Excélsior siempre fue un proyecto mío, personal. Desde mis primeras impresiones al verlo desde el Plata hasta la última nota que escribí para el CCAM sobre el primer ascenso femenino de Romina y Belén mi deseo se volvía cada vez más fuerte. Roger, en general, se suma a esas decisiones y se entusiasma con los proyectos que se presentan. Algunas veces más que otras. 

Para subir al Excélsior, el cerro más alto de Los Tres Mogotes (acompañado por el Mogote Ibáñez y el Mogote Oeste o Escuadrón Llama), teníamos aún menos indicaciones que para toda la travesía. Romina y Belén habían ingresado por Punta de Vacas y esa era la información más reciente. Igualmente, había estudiado otras narraciones de quienes habían ascendido al cerro pero, hasta ese momento, no había muchos registros de ascensos por esa quebrada. En realidad, solo uno: en 1979 Fernando Nadal, Carlos Sansoni, Sergio Buglio y Jorge Crescitelli ingresaron por el col Vallecitos-Plata, ascendieron el cerro por el Glaciar Este y salieron por la Quebrada de la Jaula. Sin embargo, nosotros queríamos probar una variante encarando el filo sur. Igualmente, decíamos en conversaciones teléfonicas entrecortadas, era cuestión de verlo en el terreno porque las fotos que teníamos no nos daban el panorama completo. 

A mi regreso y entre charlas me enteré que en 2021 subieron por esa misma ruta Alejandro Morán y Juan Martín “Cacho” Campos. Es decir, la última ascensión al Excélsior no estaba registrada (pronto publicaremos detalles). El dato curioso es que no se cruzaron de casualidad en la cumbre con Romina y Belén ¡hay una diferencia solo de dos días!.

Transitar por la quebrada implica trepar grandes piedras constantemente

 

El martes 15 (a cuatro días de comenzada la expedición) iniciamos nuestro camino hacia el Excélsior. Livianos. Y ahí empezamos a conocer a La Jaula, a la razón de su nombre. Toda la quebrada está acompañada por el río Blanco II que exige vadeos y ofrece agua transparente. Ese día, lo cruzamos en infinitas ocasiones. Tuvimos trepadas de miedo y ascensos de más de cien metros entre piedras ya que, básicamente, la gran complejidad de la quebrada es que el río se encajona en diferentes segmentos y no hay manera de seguir por la vera. Entonces, las opciones alternativas son la complejidad de la quebrada ya que implica pensar en el terreno, barajar modos de seguir adelante.  

Hubo dos o tres momentos que empezaron a marcar la decisión que desencadenaría la interrupción del proyecto. Roger iba adelante. En general va adelante. En algunos segmentos nos vamos alcanzando y, en ese momento, así había sido. Tratábamos de pasar de la vera del río a unas piedras que estaban en el agua. Así, bordeándolo, mojándonos un poco las zapatillas. Roger intentó agarrarse de una piedra. Sin notar que la piedra era inestable. Fue solo un susto pero creo que cierto miedo llegó para quedarse. La situación siguiente fue un acarreo horroroso de una piedra finita. Yo pensaba cruzarlo sin tanta vuelta y él se negaba. Encontramos algunos puntos de apoyo y nos encordamos. Pasé primero y allá vino él, poco convencido. Y la tercera vino después. Se acercaban las cinco de la tarde y no habíamos llegado a la base del cerro. El plan era llegar al glaciar para descansar un día y, luego, intentar su cumbre. Decidimos detenernos antes. 

La carpa confeccionada por Roger Cangiani

 

Armamos el campamento y repetimos el ritual. Apoyamos las mochilas, nos abrigamos, desplegamos la carpa hecha a mano por Roger –un modelo alargado y liviano, especial para esta travesía, y que recibió varios elogios en el camino- y pasamos las varillas. Trabamos y desplegamos. Rápidamente empezamos a asegurar. Siempre en silencio. Piedras en los vientos, en los faldones. Desarmamos un poco la mochila y vamos acomodando el equipo. Afuera los bastones, la piqueta, algunas latas; adentro las colchonetas, algunas botellas, la mochila semi vacía. Luego entro y organizo el interior. Es una carpa sin piso así que trato de que nada de lo que se pueda mojar quede en la tierra. Estiro los aislantes, desarmo las bolsas de dormir y saco el abrigo, organizo la comida que va quedando. Roger busca agua en el río y viene con las botellas. Está cansado. Trato de anticipar lo que va a decir. 

Acomoda un poco lo que queda de la mochila, lee el modo en que desplegué el equipo, busca más abrigo. Prende el calentador. Se lo ve apesadumbrado. Prepara café mientras abro un paquete de galletitas. Algunas frases sueltas. Ya acomodados, mientras tomamos el café lo suelta: “no quiero seguir”. Ese mar de arrugas detrás de ojos esquivos dictó la sentencia. Mientras contengo un poco la angustia hablamos de la situación. Roger argumenta la decisión demostrando sus (algo así de) 35 años de experiencia en la montaña, los vuelca de una. Y también explica con sus 52 años de vida y la evidencia en su cuerpo. Se combinan su experiencia, su edad, su terquedad, sus creencias. Yo sé que debo aceptar pero me resisto un poco. Había estudiado todo con detalle y explicaba la situación. Él no lo había estudiado pero, igual, no lo convencía. Las conversaciones siguieron acerca de los detalles de la expedición. Mencionaba rutas, nombres, fechas. En esa conversación también se veían las distintas motivaciones sobre el proyecto. 

En ese contexto funciono como la estudiosa de la ruta, la que trae la información, las fotos, los mapas y Roger, definitivamente, es el jefe de la expedición. Se da naturalmente, sin acuerdos previos. Aprendo de él. Me enseña a prestar atención al clima, al terreno, al cielo, al horario, a los nudos, a los modos de buscar agua. Igualmente, estábamos tan cerca del objetivo y yo estaba tan segura de en dónde estaba. Pero el maestro dijo que “no” y yo acepté. Ahí estaba yo, en mi “escuela de montaña”, atendiendo a las indicaciones. Por supuesto, por la noche algunas lágrimas cayeron porque sentía que podíamos lograrlo pero, quizás, me equivocaba. Eso no lo podremos saber nunca. 

Las condiciones en la carpa

 

Al día siguiente seguimos un poco más hacia el lado del Excélsior. Queríamos ver si llegábamos a la base. Llegamos al sector en donde nace el río y se presenta un gran cerro en donde antes había agua. Es un gran sector de piedras afiladas como escombros gigantes. Trepamos un poco. “Está hacia la derecha”, dije. “Por la quebrada que se abre”. Roger negó, él hasta pensaba que era por otro lado. “Nos volvemos”, dijo. Después, en conversaciones con Alejandro Morán constataremos que para llegar al Excélsior, en ese punto, hay que ir hacia la derecha. 

La vuelta hasta el refugio fue silenciosa e intensa. Regresamos sobre nuestros pasos pero, por momentos, se presentaban dudas. Igualmente, veníamos concentrados. Yo quería disfrutar de lo que quedaba, sacaba fotos y, ahora que nos iba a sobrar tiempo, trataba de encontrar en el paisaje el aliciente necesario. Disfrutaba la quebrada. Aún no sabía que la dificultad estaba hacia la salida. Lo que habíamos pasado era solo el comienzo.  

El río Blanco II. Por momentos se puede caminar a su lado

 

La salida por la Quebrada

 

Ya era el sexto día. Al comienzo el camino es ameno, reconfortante. Mantuvimos siempre el paso por la margen derecha del río atravesando grandes playas. Luego del primero de los vadeos, hacia el mediodía, el sendero se vuelve más complejo. Nuevamente las decisiones, ¿vamos por arriba o seguimos por la vera del río? ¿Vadeamos nuevamente o caminamos por las piedras? En esas decisiones caminamos cerca de una hora hasta una cuesta imposible y tuvimos que regresar sobre nuestros pasos. Cerca de las cinco y media de la tarde decidimos descansar. 

Por la noche revisamos el mapa. Lo más complejo estaba por venir: dos cajones tremendos, piedras enormes, acarreos. Disfruto de ver la carta topográfica en el campamento, los detalles. Reviso los nombres de las otras quebradas secundarias. Tenía anotado algunos datos de los cerros. Los extraje del libro de Juan Pablo González. Traté de mantenerlos en mi mente para reconocerlos. Pienso que debo aprender a diagramarlo de manera digital. Definitivamente tengo que tomar un curso, pienso. Igualmente llevo el track que armé en GoogleEarth. Es un poco “a ojo” pero me contento cuando coincidimos por lo que adiviné como el sendero correcto. Lo llevamos más por prevención ante alguna situación de poca visibilidad que para andar siguiéndolo. 

Uno de los cajones camino al Excélsior. Se observa una pequeña cascada

 

El 18 de abril partimos a las 9 de la mañana, una vez más. Particularmente esta expedición a la Jaula nos tenía más lentos a la hora de levantarnos y organizar. Regularmente lo hacemos más temprano pero no lográbamos mejorar los tiempos. Llegamos a la intersección en donde la quebrada se tuerce a la izquierda. Es clarísima la geografía desde cualquier mapa y ahí estábamos nosotros. Visualizamos un campamento estable, con un buen espacio para descansar. No se parecía en nada al campamento que habíamos instalado a unas tres horas de allí. 

El terreno cuando la Quebrada de la Jaula comienza a cerrarse

 

Una vez en la recta final, empiezan los temibles cajones. El primero hay que pasarlo por la izquierda. Grandes piedras apiladas unas sobre otras. Lajas rojizas durante unas dos horas o un poco menos. La dificultad se atraviesa básicamente trepando. Una especie de parkour como me decía el Indio Forajido (un habitué de la quebrada) mientras charlábamos por teléfono luego de haber conocido el terreno. Como un juego de “el piso es lava” hacíamos todos los esfuerzos por sortear los obstáculos y no resbalarnos. No había cuerda que sirviera en esas circunstancias y estábamos transpirando a tope (y no por el calor).  

Algo del terreno caracterizado por sus grandes piedras

 

Muchos de esos pasos estaban expuestos a caídas pero era cuestión de actitud ya que, los agarres a las rocas se notaban seguros. Lo peor, creo, vino después. El terreno te lleva a vadear y seguir el trayecto por la derecha. Allí las enormes piedras desaparecen y debimos cruzar grandes acarreos de piedras finas. Esos cruces eran complicados ya que cualquier caída implicaba un gran riesgo. Como me dijo Florencia Cunietti por teléfono, “por ahí no vale caerse”. 

Esa jornada la completamos exhaustos. Sabíamos que al día siguiente saldríamos de la quebrada pero, igualmente, quedaba cierta incertidumbre sobre cómo cruzar el río Mendoza, cómo volver a casa. La expedición iba finalizando y, pese a que habíamos tenido una gran experiencia recorriendo un terreno que implicó destreza, conocimiento, y por qué no, una aventura, quedaba el sabor amargo de aquello que no pudimos lograr. 

Los acarreos (este bastante estable)

 

La salida de la quebrada fue tranquilizadora. Nos despedíamos de las grandes dificultades. Los rastros de los trekking diarios comenzaban a verse: algún empircado, sectores de fogones, cierto campamento y un puente de madera nos dieron los indicadores de presencia humana de manera más frecuente. 

Hacia lo lejos se veía la ruta 7, los colectivos pasaban mientras las puertas de la Jaula se abrían para nosotros. Un camino grande, por donde alguna vez pasó una máquina para hacer senderos indicaba la salida que nos dio bastantes dolores de cabeza. Nos debatimos si ir por arriba hasta el puente de fierro que posibilita el traspaso del río Mendoza o ir por la vera del río Blanco II y conectarlo con el río Mendoza, siempre del lado derecho del río. Estábamos cansados y las opiniones sobre el modo de salir estaban encontradas. Pero, tal como dije anteriormente, seguimos la indicación de Roger. Bajamos al río y fuimos por las veras del Blanco y del río Mendoza hasta el puente ferroviario. Luego, charlando con el Indio Forajido, recomendaba ir por arriba explicando que instalaron un cable para acceder al puente. 

Pasamos el puente que también significaba un pequeño desafío. La vertiginosidad que implica pasar esa pasarela de durmientes viejos me puso a prueba. Mente fría y confianza. Algunos durmientes faltaban (creo que son cuatro) pero no implicaba más que un extra de tensión y cuidado en la caminata. 

El puente ferroviario que posibilita el cruce del río Mendoza

 

Salimos a Tambillitos, una zona cerca de Polvaredas que indica la ubicación de un Tambo incaico. Allí vimos los vestigios precolombinos de manera fugaz. Salimos a la ruta en busca de algún alma caritativa que nos acerque a Mendoza. La zona a la que arribamos no tiene parada de colectivos y, además, resulta incómoda para el descenso de la velocidad por la proximidad de curvas. Sin embargo, el colectivo paró de golpe, a varios metros y corrimos hacia él (recibiendo el reto del chofer por ubicarnos allí). Pronto llegaríamos a Mendoza. 

La vuelta a casa y el reconocimiento de las sensaciones luego de la experiencia ameritó algunos días de silencios, pensamientos, charlas furtivas, ciertas escrituras. Roger asegura que “a la Quebrada de la Jaula no vuelve a entrar”. Yo dudo un poco más. No es que quiera volver corriendo a esos caminos imposibles que nos ofrece la quebrada pero sí quisiera volver a ese lugar exacto, cerca del Excélsior, en donde dejé la travesía. Mis pasos quedaron allí. Creo saber exactamente en qué piedra dejé la ilusión. Quiero volver para encontrar la sensación de comenzar desde donde dejé las últimas pisadas. 

Roger y Florencia en la Quebrada de la Jaula. Al fondo, la cumbre del Plata

 

Como dije en un comienzo, la Quebrada de la Jaula recibe su nombre porque no es fácil entrar pero mucho menos salir de ella. Es posible que sea sí. Sin embargo, ahora, cuando pienso en esa jaula prefiero inspirarme en uno de los poemas más representativos de Alejandra Pizarnik: “El despertar”. Aquí, las primeras líneas: “La jaula se ha vuelto pájaro/y se ha volado/y mi corazón está loco/porque aúlla a la muerte/y sonríe detrás del viento/a mis delirios/Qué haré con el miedo (…)”. Los textos siempre fueron un espacio (un otro espacio) en los cuales se vive aquello imposible, los deseos, las frustraciones. Me quedo, entonces, con algunos de los versos de la poeta para desentrañar el modo de abrir esa Jaula y transformarla en un lugar más posible ya que mi corazón está loco y sonríe a mis delirios

 

Florencia Sorrentino

@sorrentinoflorencia en IG


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