Dos amigos decidieron hacer una larga aproximación en moto, de 247 kilómetros, hasta el Puesto Rojas, en la base del cerro Nevado a una altura de 2440 metros. De allí recorrieron 11,5 kilómetros y 1450 metros de desnivel hasta llegar, tras 7 horas y media de ascenso a la cima de 3833 metros de altura
Integrantes: Emiliano Gabriel Vidal (34) y Lautaro Rodríguez (41).
Fotografías: Emiliano Gabriel Vidal y Lautaro Rodríguez.
El cerro Nevado es la montaña más alta de Mendoza, fuera de la cordillera de los Andes. Forma parte de la sierra que le da su nombre.
Se trata de un antiguo volcán de subducción extinto, cuya cumbre se alza a los 3833 metros de altura, en medio de una vasta llanura. Se desconoce la fecha de su última erupción.
Pertenece al distrito Punta del Agua, dentro de la jurisdicción del Departamento San Rafael, a poco más de 63 km. lineales al sur de El Nihuil, y a aproximadamente 130 km. al este de la cordillera Principal. Su cumbre sirve de límite entre San Rafael y el vecino departamento de Malargüe.
Se ubica en el sudeste de la provincia de Mendoza, específicamente a 300 km. al sur de la capital provincial.
Sus coordenadas son 35° 34′ 51″ sur, 68° 29′ 24″ oeste.
Está inmerso en una zona de transición entre el Monte y la Estepa Patagónica. Por su ubicación, alejada de la cordillera de Los Andes, es considerada un avance de la alta montaña sobre la llanura pampeana occidental. Su aislamiento topográfico es de 150 km.
Es una traducción literal de su denominación originaria en lengua pehuenche: “Piri-mahuida” (piri: nieve, mahuida: montaña o cerro). Como su nombre indica, está cubierto por una capa de nieve (a partir de aproximadamente 3300 metros, variable según la temporada).
Este escenario volcánico con el correr del tiempo se ha ocultado bajo suelos arenosos y salinos, donde los vientos permanentes lo han transformado en una región inhóspita de inigualable belleza que alberga en sus entrañas gases, aguas ácidas y azufradas que no permiten su consumo, convirtiéndolo aún más en un desierto donde los puesteros se las han ingeniado para subsistir y criar sus animales.
Fuentes:
Primer día: 17/11/24
La tarde anterior había viajado desde mi hogar en la ciudad de Mendoza a casa de Lautaro, en el distrito Pareditas (departamento San Carlos). Inmediatamente nos propusimos reorganizar todo nuestro equipo, puesto que al ser la aproximación hasta la base del cerro en una única motocicleta, cada kilo o bártulo de más significaría una molestia.
Una vez seleccionado lo mínimo e indispensable, con gran habilidad Lautaro terminó de distribuir todo en las alforjas y detrás del asiento. Después de alistar la nave –una Honda XR 150L– partimos, no muy temprano, rumbo sur por la mítica ruta 40, hasta su empalme con la 143. Nos separaban más de 110 kilómetros hasta San Rafael (nuestro primer objetivo), a donde arribamos al mediodía.
Lautaro arribando a la cima del cerro Nevado. Video: Emiliano Vidal
Panorámica desde la cima del cerro Nevado. Video: Emiliano Vidal
Una tenue lluvia nos mojaba las viseras de los cascos. Nos detuvimos en un parador a comprar tortas fritas, y después pasamos por un supermercado para abastecernos de comida y combustible.
Ya subidos en la moto de vuelta, el siguiente objetivo era llegar al embalse El Nihuil. Minutos antes de las 15:00 horas, al pasar por la intersección entre las rutas 143 y 180, nos tomamos un nuevo descanso. Lautaro aprovechó que se había despejado para disfrutar de una breve siesta al calor del sol.
Siendo casi las 15:30 horas y luego de 162 km. recorridos desde Pareditas, por fin arribamos al embalse El Nihuil. Nos bajamos de la moto y nos dirigimos al paredón del dique para apreciar la belleza de este espejo de agua en todo su esplendor.
Urgía abastecernos nuevamente de combustible, pero debido a que ni en El Nihuil ni más adelante había estaciones de servicio, le compramos a un lugareño unos cuantos litros de nafta a un excepcional precio. Además, muy gentilmente el hombre nos indicó hacia dónde tendríamos que seguir de ahí en adelante. No teníamos idea de lo tortuoso que habría de volverse el camino.
A partir de las coordenadas 35°1'59.09"S 68°40'21.48"O, la ruta 180 abandona el pavimento para convertirse en una interminable traza de tierra y arena. Así, nos esperaban unos casi 70 “infernales” kilómetros sólo hasta la entrada del campo donde se sitúa el cerro Nevado.
Para contextualizar, imagínense dos personas de 80 kilos arriba de una moto de 150 cc. de cilindrada, cargados hasta los dientes, transitando un camino muy irregular, surcado de serruchos, piedras y bancos de arena. Perdí la cuenta de la cantidad de veces que tambaleamos, a pesar de que Lautaro se esforzaba muy hábilmente para no perder el equilibrio. Así, que de ahí en más, acordamos que habríamos de activar el modo “Picapiedras”: ni bien la moto atinaba a desestabilizarse, bajaríamos los pies al suelo para evitar caernos. Pero esto no fue suficiente: nos habremos caído, con moto y todo, unas tres veces; pero por suerte a baja velocidad, y cuando ya no era suficiente ninguna maniobra para evitarlo. Obstinados como éramos, nos sacudíamos la tierra y seguíamos la marcha.
No podía sacarme de la cabeza aquel video viral del muchacho y su compañero pasados de copas… Sí… El de la pendiente “trambólico” (para los no entendidos, remitirse al siguiente enlace: www.youtube.com/watch?v=kgCbG0q4jmc) Tragicómicamente me imaginaba cómo les comentaría a mis familiares y amigos nuestro paso por esta ruta algo así: como que “Lautaro comenzó a acelerar, a toda velocidad... Esta ruta es un poco “trambólico”. Por la 180 hay que saber subir y bajar. (Lautaro) quiso pasar por un banco de arena a 60/80 kilómetros por hora. Y voló. Y me hizo volar. Y yo volé de él, pero hacia los arbustos. Y él voló y se estrelló por las piedras, y se reventó todito. Y la moto se fue a la p… Y yo gracias a Dios estoy bien… Él está ahí no sé cómo, pero quiero que se mejore”…
Créase o no, esto me ayudó a apaciguar el estrés a lo largo de esas interminables horas.
Dejando la comedia de lado, al cabo de unas horas nos detuvimos a descansar en un hito que delimitaba la intersección entre las rutas provinciales 180 y 184. Tomamos las fotos de rigor y seguimos viaje.
Pero la pesadilla no había acabado aún: la ruta empeoraba cada vez más, y los bancos de arena se volvían los principales protagonistas. Así, Lautaro me indicó que me bajase de la moto y caminara cada vez que el terreno se tornara peligroso, lo que ralentizó nuestra marcha.
Fiel a mi costumbre, llevaba el track a seguir cargado en mi celular: teníamos que pasar por una tranquera, desde donde nacía una huella para llegar al puesto Rojas. Pero la ansiedad, el estrés y el correr de las horas nos estaban jugando una mala pasada. Así que, creyendo que ya habíamos arribado, divisamos una tranquera y un puesto, y entramos al campo a consultar si íbamos bien. Muy gentilmente los puesteros nos indicaron que debíamos seguir un rato largo todavía, y estar atentos a una tercera tranquera, la cual tenía la particularidad de ser de caños de metal, en vez de madera.
Al rato divisé no muy lejos una antena muy alta; pero no… No encontramos ninguna entrada. Así que continuamos hasta que finalmente, ya habiéndose ido el sol, por fin la vimos: estábamos al lado de la bendita tranquera de caños. Nos detuvimos a mirar el track, y en eso Lautaro me preguntó: “Bien, ¿cuánto nos falta?” A lo que yo le contesté: “unos 13 km…” (Nota: al momento de escribir este artículo, y midiendo la ruta en Google Earth, descubrí que restaban 14 kilómetros y medio, en vez de 13). “¡13 kilómetros!…” -dijo- “¿Cómo que 13 kilómetros? Debe ser un error”. “No”. -Le respondí- “Bueno, tenemos que encontrar un lugar donde pasar la noche”. Así que nos metimos al campo y empezamos a caminar con la moto al lado, debido a lo irregular de la huella y el peligro que representaba transitar a oscuras. Así, luego de 1,7 km. divisamos una casa, que estimamos estaba a un kilómetro de distancia, al sur de nuestra posición.
Pensamos en armar la carpa a un costado de la huella; y fieles al estilo de Lautaro, en prender un fueguito para hacer un asado. Pero para evitar inconvenientes, decidimos caminar hacia esa vivienda, para preguntar si nuestras intenciones eran posibles. Llegamos allí al cabo de media hora de caminata, en plena oscuridad, alumbrados con nuestras linternas frontales.
Acudiendo a nuestros llamados, salió de adentro un amigable muchacho de nombre Rodrigo, que no sólo nos dio el visto bueno para armar campamento donde habíamos pensado y prender fuego para el asado, sino que nos convidó agua y nos indicó el camino a seguir para llegar al puesto Rojas. Así que animados, volvimos donde la moto y armamos campamento en un pequeño barranco. Nos deleitamos con el exquisito asado preparado por Lautaro, acompañado por un delicioso vino. La vista del cielo estrellado y la luna asomándose tornaron el panorama increíble.
Ya satisfechos, nos alistamos para dormir, no sin cierta incertidumbre de mi parte respecto al día siguiente.
Segundo día: 18/11/24
Nos despertamos con las primeras luces. Seleccionamos de todos nuestros bártulos el equipo mínimo e indispensable para el eventual ascenso, y el resto lo depositamos dentro de la carpa.
Con luz de día las cosas se tornaron –evidentemente– más claras: ahora no se veía tan peligrosa de transitar la huella hacia el puesto Rojas.
Nos subimos a la moto, y atentos a las indicaciones que nos había brindado Rodrigo, al cabo de una media hora por fin llegamos al puesto. Allí nos recibió Don Pedro Rojas, quien se encontraba trabajando en el corral de los chivos. Nos dio las indicaciones para poder comenzar el ascenso al Nevado. Le preguntamos si nos podría convidar un poco de agua, y nos respondió “¿Agua? Acá no hay agua.” (…)
Nos encontramos además con un grupo de mendocinos y pampeanos muy simpáticos que se estaban preparando también para el ascenso al volcán… pero en camionetas doble tracción. Cabe aclarar aquí, que debido a que en la cima del Nevado se halla una estación repetidora, para facilitar el acceso a la misma, gran parte del ascenso discurre por prácticamente una calle de tierra, muy similar a la que encontramos en el cerro Arco, emblema de la precordillera mendocina por sus notorias antenas.
Al haberles relatado cómo había sido nuestro viaje hasta ese lugar tan recóndito nos aconsejaron que desinfláramos un poco las ruedas de la moto para evitar eventuales caídas mientras transitáramos terrenos arenosos. Lamentablemente no pudimos hacer uso de sus consejos puesto que el inflador que habíamos llevado no era adecuado.
Muy gentilmente nos convidaron dulce de batata, queso y otras delicias. Luego, se subieron a sus vehículos y emprendieron la subida.
Partimos desde una altitud de 2440 metros de altura. Nos separaban 11,5 km. y más de 1450 m. verticales de la cima. El camino se presentaba sumamente sinuoso, pero afortunadamente no muy empinado.
Arrancamos a media máquina, agotados por el periplo del día anterior. Parecíamos zombis: le pedíamos permiso a un pie antes de mover el otro. Pero el deseo de llegar a tan ansiada cumbre era inclaudicable.
Por suerte, y a diferencia de la gran mayoría de las expediciones que habíamos compartido juntos (véase “cerro Pircayanas": Ascensión al cerro Pircayanas, de 4686 metros, ubicado en el Cordón del Plata), por fin el camino era sencillo, así que únicamente había que “meterle gas”.
Al cabo de un rato nos detuvimos a descansar y comer algo. A partir de este punto nos empezamos a distanciar, sacando ventaja yo por sobre el ritmo de marcha de Lautaro.
Paso a paso, parecía que la cumbre –escasamente nevada– se acercaba, pero no… Después de tal curva venía otra y otra y otra…
En un determinado punto me encontré con unos bidones llenos de agua y otros vacíos, lo cual me extrañó. Pensé que si estaban ahí era por algún motivo, así que los dejé sin tocarlos. Allí nos reencontramos y seguimos el camino, hasta otra vez adelantarme.
Continué la marcha hasta que en una cuesta a unos 3550 metros de altura, me encontré con un escenario completamente surrealista: estaban allí estacionadas las camionetas, y el grupo de mendocinos y pampeanos tranquilamente almorzando, con mesas, manteles y sillas incluidas. Habían preparado una picada mientras se hacía el asado.
Cómo habrá sido mi aspecto de desahuciado, que me convidaron de la picada, y lo mejor de todo, un vaso de Coca… Definitivamente fue la mejor Coca que probé en mi vida. Sentía que había nacido de nuevo. Entretanto llegó Lautaro, y fue convidado también.
Nos quedamos charlando un rato con nuestros anfitriones. Uno de los presentes miró hacia las botas y exclamó algo así como “miércoles que están gastadas. Se nota que sos de caminar por la montaña”. -“Sí, llevo 16 años practicando montañismo". - Expresé.
Entre charla y charla transcurrieron unos amenos minutos en los que pudimos descansar y recuperar fuerzas para lo que restaba hacia la cima: una angosta huella de alrededor de un kilómetro de longitud, empinada y algo expuesta pero tampoco imposible de lograr, yendo con cuidado. Así, tomando la delantera una vez más, fui abriendo paso entre las piedras y los escasos manchones de nieve.
La repetidora se acercaba más y más… Justo llegando a los morros cimeros erré unos metros el camino, y gracias a la ayuda de Lautaro, quien se encontraba unos metros debajo, rectifiqué mi marcha. Así, continué un rato más y por fin siendo las 15:33 hs. llegué a la cima. Lautaro logró la cumbre apenas 10 minutos después.
No recuerdo con exactitud cuánto tiempo estuvimos allí, pero lo disfrutamos mucho. La vista a 360° era sencillamente espléndida. Ninguna montaña se erguía más alta en un radio de 150 km. Podíamos observar el volcán Payún Matru, la Laguna Llancanelo, el embalse El Nihuil, el cerro Diamante, el cerro Sosneado, Malargüe y San Rafael, entre otros maravillosos paisajes.
Pero me extrañó que no hubiese señal de celular en lo absoluto.
Al cabo de un largo rato emprendimos el descenso, lento pero seguro.
Al llegar a la cuesta nuestros anfitriones ya se habían marchado. La parrilla todavía humeaba. Nos habían comentado que nos iban a dejar un pedazo de carne, pero no la encontramos. Descansamos un rato y continuamos descendiendo. Arribamos a donde originariamente estaban los bidones, pero estaban únicamente los que contenían agua. Así que cargamos nuestras botellas y seguimos bajando.
Debido al cansancio, decidimos que habríamos de acortar el camino si fuese posible. Así, ya a una altitud de 2920 metros de altura, divisamos un posible camino más directo hacia el puesto, y lo tomamos.
Se trataba de un contrafuerte con una huella apenas marcada por el paso de animales, que desembocaba en el nacimiento de una estrecha y molesta quebrada. Por fin, y luego de un interminable kilómetro y medio desde ese punto llegamos al puesto Rojas.
Siendo las 20:00 hs, el sol se estaba yendo, y nosotros debíamos regresar al campamento, casi 15 kilómetros distante.
Nos encontramos con Don Pedro, quien nos preguntó cómo nos había ido. Al ver que estábamos medio muertos, nos ofreció pasar la noche en el puesto. Sin dudarlo Lautaro aceptó la propuesta.
Así que relajados, no quedó otra opción que disfrutar de unos ricos mates y carne asada de parte de Don Rojas, al son de música folclórica que transmitía una emisora malargüina. Nos quedamos charlando largo rato. Aprendimos mucho de él, desde cómo son los trajines de la vida del arriero, hasta cómo tomar correctamente el mate. Nos contó también cómo se recolectaba el agua y se abastecía de electricidad… Sin dudas una persona muy interesante de conocer. Entre anécdota y anécdota se fue pasando el tiempo hasta que el sueño hizo mella en los tres. Así, pasadas las 22:30 nos dirigió hacia nuestra habitación y nos fuimos a dormir. Como de costumbre, soñé con estupideces surrealistas, pero algo logré descansar, y Lautaro también.
Tercer día: 19/11/24
Temprano nos despertamos, juntamos nuestras pertenencias, y desayunamos mientras Don Pedro trabajaba en los corrales.
Al momento de partir le preguntamos si tenía combustible que nos vendiese, ya que quien nos había proporcionado en El Nihuil no habría de encontrarse allí al momento en que pasáramos de regreso. Así que Pedro nos dijo que sí, pero no sabía qué precio cobrarnos. Le dijimos que justamente en El Nihuil nos habían cobrado $1500 el litro, lo cual le pareció razonable. Pero había un detalle: no contábamos ya con dinero en efectivo. “No importa” –nos dijo– “Me lo pueden transferir a mi cuenta de Mercado Pago”… Gaucho 2.0 resultó ser Don Pedro. “Pero, ¿acá hay señal? –Expresó Lautaro– “Sí, me subo a aquella loma y puedo mandar y recibir mensajes”.
Así, cargamos unos litros de combustible en una botella, nos despedimos, nos subimos a la moto y con sumo cuidado deshicimos esos casi 15 kilómetros hasta llegar a la carpa. La desarmamos, cargamos las alforjas y salimos del campo. Otra vez me invadió la mente el video del muchacho y la moto. No paraba de pensar en qué momento iríamos a trastabillar de nuevo. Pero afortunadamente, al cabo de unas 3 interminables horas pudimos llegar enteros de regreso a donde comienza el embalse El Nihuil, sin mayores inconvenientes.
En ese punto captamos señal de celular y pudimos dar señales de vida a nuestras familias.
Pocos kilómetros más adelante por fin llegamos a la calle pavimentada. Ya relajados, pasamos a refrescarnos los pies en el embalse.
-162 km ( hasta El Nihuil)
-70 km (hasta la entrada a los campos)
-15,5 km ( hasta el Puesto Rojas)
(Total desde el inicio 247 kilómetros).
Desde ese punto, continuamos rumbo a San Rafael. Las paradas para descansar se hacían cada vez más frecuentes. No podíamos tolerar más no sólo la incomodidad de viajar dos personas extremadamente apretadas en una moto llena de pertrechos, sino el cansancio producto de la expedición. Así fue que luego de un descanso en la cuesta de Los Terneros, Lautaro tomó la decisión de que iríamos a la terminal de San Rafael para que yo me volviese en colectivo hasta Pareditas. Y así sucedió: mientras yo le cuidaba la máquina, él fue rápidamente a comprar el pasaje. Una vez con el boleto en mano, el autobús habría de partir en tan sólo un minuto… Hasta esa suerte tuvimos. Ya arriba del colectivo, pude distenderse un poco escuchando música.
Finalmente, ya mucho más cómodo, Lautaro prosiguió su camino solo en su moto hasta su casa, donde nos reencontramos un par de horas después, poniendo fin a esta gran aventura.
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