Está es la historia de un grupo de montañistas mendocinos que se embarcó en la aventura de explorar zonas olvidadas de nuestros Andes, poniendo en valor un sendero que conectará la zona del Aconcagua con los Andes Patagónicos
El Sendero de Gran Recorrido de los Andes en Mendoza, Argentina, es un proyecto que actualmente tiene gran difusión por la magnitud de la propuesta. En este artículo conocemos cómo surgió esta idea y las experiencias de los impulsores de esta excelente iniciativa.
Esta gran travesía iniciada por un grupo de montañistas y, luego, retomada como política estatal, propone un recorrido desde la zona del Parque Provincial Aconcagua (aunque hay intenciones de iniciarla en la ciudad de Mendoza) hasta el Paso Pehuenche. Este proyecto fue seleccionado por el Consejo Económico, Ambiental y Social de Mendoza y promueve el desarrollo integral de la montaña mendocina a través de una red de senderos de uso público.
Pero, ¿cuáles fueron sus orígenes? Gracias al relato de Gerardo Castillo- en colaboración con todo el equipo- hemos conocido el germen de este proyecto. Además, accedimos a las narraciones que anticipan los desafíos del sendero y nos acercan a las maravillosas historias ocultas que guardan estos valles olvidados de la cordillera.
Castillo dijo: “este sendero es como viajar en el tiempo, nos cuenta la historia de nuestros orígenes, caminar la misma senda que caminaron otros hace miles de años, nos conecta con nuestra más pura esencia”.
Somos un grupo de amigos montañistas y guías de montaña del Valle de Uco en Mendoza. Estamos más cerca de los 50 años de edad que de los 20 pero seguimos con la ilusión intacta. Así, una tarde, tomando mates y mirando la majestuosa cordillera Frontal, con un paisaje descomunal de frente y que se erige como el telón de fondo de nuestras casas, uno de los chicos propuso: "¿Por qué no hacemos un viaje a la montaña?" Todos festejamos la idea pero, también nos preguntamos a dónde. “A esta que tenemos acá enfrente”, fue la respuesta.
A la semana estábamos pidiendo el permiso correspondiente en el Regimiento del Ejército ya que este valle se encuentra dentro de un campo militar. Sentados en una plazoleta, dentro del regimiento, esperando a que nos atendieran, leímos el nombre del lugar: “Los Libertadores”. Al principio a modo de broma pero luego, no tanto, surgió la idea del nombre de nuestro incipiente grupo de caminadores. Conseguimos el permiso y el próximo fin de semana ya estábamos ingresando por la quebrada del río Tunuyán.
Este fue un viaje revelador, creíamos ser los primero en caminar ese valle pero la gran sorpresa fue encontrarnos con restos de un camino empedrado, puentes colgantes, estaciones de aforo, un refugio desarmado y otro olvidado en el tiempo con cocina económica, ¡camas, mesas y sillas, y un gran puente de cemento sobre el caudaloso río Tunuyán. Quedamos boquiabiertos.
Ese valle que habíamos visto todos los días a lo largo de nuestras vidas guardaba historias increíbles de una época gloriosa que por alguna razón habíamos olvidado. Después de esa experiencia no pudimos parar.
Luego vino otro viaje que de forma accidental nos llevó por el cajón de los Arenales. Este cruza la cordillera frontal por el paso Hutson o Tucson y el glaciar Arenales.
Digo accidental porque el plan era hacer un viaje de tres días desde el cajón de Los Arenales hasta la laguna del Pircas, y-subestimando la naturaleza y sobreestimando mi pericia- decidimos no llevar comunicación satelital.
Ocurrió que equivoqué el portezuelo al que debíamos ir y el viaje de tres días se transformó en uno de seis, dos de los cuales estuvimos tratando de comprender dónde estábamos. Habíamos ingresado a un lugar mágico, atemporal; sabíamos que no estábamos donde debíamos pero a su vez había una emoción cautivante y también una preocupación por generar angustia en nuestros seres queridos. El día que debíamos llegar a casa, nos dimos cuenta dónde estábamos, porque vimos el puente de hormigón sobre el río Tunuyán que habíamos conocido en el viaje anterior. Al darnos cuenta, nos sentamos diez minutos y tomamos unos mates para asimilar la tremenda noticia y, por supuesto, planificar el regreso.
Acordamos que el mejor camino era ir hasta el refugio Real de La Cruz y salir por el Portillo Argentino de 4380 m s. n. m. hacia el Manzano Histórico.
Emprendimos el viaje. Fueron tres días de caminata interminables con nieve blanda y poca comida y un portezuelo de 4380 metros que superar. El segundo día, nos dividimos en dos grupos, Diego y yo salimos a las 5 de la mañana para llegar lo antes posible al Portillo Argentino e intentar desde ahí hablar por teléfono y no preocupar a nuestras familias. Llegamos al Portillo a 4380 m s. n. m. a las 12 del mediodía.
El camino fue de nieve semi dura que, en ciertos sectores, hacía que nos enterremos hasta las rodillas. Esa nieve más el sol fulminante iba a ser muy difícil para los otros compañeros. No conseguimos señal de teléfono y decidimos que Diego fuera hacia el Manzano Histórico y avisara de nuestra situación. Yo regresaría por el camino para encontrarme con los amigos que venían subiendo. Además, yo tenía conmigo la carpa para dormir una noche más antes de salir el Portillo. Cuando Diego dio aviso, ya se había conformado un grupo de búsqueda y rescate, compuesto por amigos y por la patrulla de rescate de Mendoza. Avisamos que estábamos bien pero que nos llevaría un día más salir de la zona. El grupo de rescate igual quiso venir a recibirnos hasta la salida del portezuelo. Estamos muy agradecidos por su gesto. Este fue un gran aprendizaje para mí. ¡Nunca, nunca por sencillo que parezca, salir a la montaña sin comunicación!
Igualmente, esa experiencia nos conectó con los primeros exploradores y ascensionistas de estas maravillosas montañas. Estas experiencias nos fueron fortaleciendo como grupo. Y comenzamos a pensar en el siguiente viaje que luego daría origen al Sendero de Los Confines.
Datos: los integrantes de esta experiencia fueron Ricardo Funes, Flavio Moronta, Diego Neila, Eduardo Salas y yo. Como no llegamos la fecha prevista los amigos organizaron un grupo de búsqueda. De eso se encargaron Mauricio Fernández, Fer Grajales, Yagua Rodríguez y la patrulla de rescate de la Policía de Mendoza.
Para este momento propusimos un viaje que algunos de nosotros teníamos en mente desde hacía mucho tiempo. La propuesta era conectar Punta de Vacas desde la ruta 7 con la laguna del Diamante. Este era parte de un proyecto que habíamos iniciado 20 años atrás y consistía en rehabilitar un sendero que alguna vez el ejército argentino había realizado para conectar la laguna del Diamante con Puente de Inca a lomo de mulas.
En ese momento la idea era hacer una guía escrita que promocionara el trekking y habilitara la senda de aproximación de las montañas más altas de Mendoza. Lamentablemente, no supimos comunicarlo y no conseguimos el dinero para hacer la guía pero sí pudimos hacer un DVD al que llamamos “Cumbres de Mendoza”. Allí contrastábamos el ascenso al Aconcagua con el de otras montañas de 6000 m s. n. m. con muy pocos ascensos con la idea de que esa comparación llamaría la atención a nuevos visitantes.
Otro proyecto que sumaría experiencia para este viaje fue el de Senderos del Área Natural Protegida Laguna del Diamante que se había impulsado desde la Municipalidad de San Carlos en 2012. Allí se hizo un exhaustivo relevamiento y se consolidaron algunos senderos para los visitantes.
Para este nuevo proyecto, cada uno de nosotros conocía algún tramo de este viaje y completamos la información con bitácoras y relatos de viajeros
Como en un rompecabezas fuimos reconstruyendo una vieja senda olvidada. En esa búsqueda también decidimos ir un poco más allá y salir por el río Diamante en el paraje Las Aucas en el departamento de San Rafael.
Íbamos a transitar por los valles donde nacen los principales ríos de Mendoza. Comenzaríamos por el Valle del río Tupungato, luego, el Tunuyán y terminaríamos recorriendo el río Diamante hasta Las Aucas.
Durante la planificación conocimos a un personaje más en esta historia, Sergio Bongiovani, alias “Batata”, un amigo de un amigo. No provenía del mundillo de la montaña, no tenía experiencia en alta montaña, nunca había caminado sobre un glaciar. Pero así y todo insistía en acompañarnos durante 21 días en un viaje incierto donde deberíamos pasar por el Mal Paso, colgando de un cable de acero sobre una pared lisa de granito con el río Tupungato debajo. También deberíamos superar un portezuelo de 5200 m s. n. m. usando crampones entre dos grandes glaciares. Caminaríamos más de 200 kilómetros sin reaprovisionamiento y sin posibilidades de escape en caso de accidentes…
Así y todo, ¡estaba totalmente dispuesto! Le dijimos que nos gustaría conocerlo y contarle los detalles del viaje en persona. Accedió inmediatamente. Claro que la reunión era en nuestra casa a 100 km de la suya. Esa fue su primera demostración de voluntad ya que hizo 200 km solo para conocer el proyecto.
Apenas pasó la puerta se dejó ver un gran personaje, amable, divertido, sincero y dispuesto. Nos contó su historia y su experiencia en los ríos del sur de Mendoza y dejó en claro que este viaje era el sueño de su vida. Aceptaba todos los riesgos y condiciones. De aquí en más nos hicimos inseparables y se convertiría en una pieza clave para conectar los valles del sur al proyecto.
Así, el viaje comenzó y, en medio de él, nos sorprendió la pandemia por el Covid-19. A los ocho días de caminata llegamos al refugio Real de la Cruz. Allí había una guardia de soldados y también nos esperaba Martin Gómez, un amigo nuestro que había ingresado solo desde el Manzano Histórico por el paso Portillo Argentino de 4380 m s. n. m. con un caballo y un macho carguero. Él traía toda la comida y combustible para poder continuar el viaje y, de paso, nos acompañaría con los caballos durante siete días hasta la laguna del Diamante. En ese momento, Martín y la televisión satelital del refugio nos pusieron al día de la locura que se estaba viviendo en el mundo.
Inmediatamente, llamé por teléfono satelital a mi compañera que en tono muy preocupado me pedía que volviera, que el mundo se venía abajo. Sin poder dimensionar de qué me estaba hablando le pedí por favor que me permitiera continuar una semana más hasta la laguna del Diamante, que estaba cumpliendo el gran sueño de mi vida: caminar desde Punta de Vacas hasta La laguna del Diamante, que en una semana volvería a casa. Acordamos entonces continuar una semana más de viaje con el objetivo de llegar hasta la laguna del Diamante
Este tramo fue muy interesante, era el único tramo que ninguno de los que íbamos había recorrido antes, teníamos la bitácora de un amigo que había hecho el viaje desde Real de la Cruz a laguna del Diamante así que seguimos las indicaciones de este escrito al pie de la letra. El tema es que cuando la senda se borraba era difícil encontrarla con el agravante de que el viaje de nuestro amigo había sido sin mulas de apoyo y nosotros llevábamos dos caballos y debíamos encontrar el camino para que ellos pasaran también.
De a poco fuimos reconstruyendo el camino y apreciando paisajes que nunca imaginé que encontraría en la Cordillera Central de los Andes. Es un tramo muy paisajístico con contrastes de grandes montañas con glaciares inmensos y valles color terracota. Había verdes vegas con presencia de muchos animales salvajes.
En laguna del Diamante nos esperaban los Guardaparques con barbijos y, muy distantes, nos pedían que no nos acercáramos demasiado. ¡No entendíamos nada!
También estaban Flavio y Federico, amigos que nos traían provisiones y buscarían a Martín, a mí y a los caballos.
Nosotros regresamos pero Juan Martín, Ricardo, Batata y Diego continuaron el viaje por el río Diamante hasta Las Aucas. Nos reencontraríamos a la semana siguiente en el campamento del arroyo de la Carpa a orillas del río Diamante.
Fuimos a buscarlos con Ronnie y José en dos camionetas 4x4. Desde el paraje Las Aucas subimos por un camino muy viejo, en parte muy borrado, que exigía gran destreza al volante. Este camino sube hasta los 2500 m s. n. m. Luego debíamos bajar caminando 600 metros de desnivel para llegar al lugar acordado. Llegamos muy tarde, casi de noche, los caminantes ya estaban durmiendo pero nuestra llegada reavivó el fuego. Allí hicimos un rico asado y festejamos el fin de este viaje. Fueron 21 días y 280 km de recorrido.
Esa misma noche comenzamos a hablar de la posibilidad de conectar esta senda con el sur de Mendoza.
La pandemia creó un bache en los viajes, pero no apagó la llama del sueño. Consultamos a algunos arrieros que habían transitado estas sendas en el pasado. Uno de ellos fue Carlos Rueda, baqueano de Gendarmería y gran conocedor de toda esta parte de la Cordillera. En sus relatos mencionaba un paso complicado por un desfiladero rocoso y empinado al que llaman Chiflón Colorado.
Ese paso permitía conectar el valle del río Diamante con el del río Barroso y, por este último, continuar hacia el sur y llegar a la laguna del Atuel. Después del río Atuel debíamos resolver por dónde continuar para llegar a Valle Hermoso. Una de las posibilidades era el Valle de las Lágrimas pero debido a la alta concurrencia que tiene por el Avión de los Uruguayos decidimos buscar otro paso menos conocido.
Aquí, Batata Bongiovani, quien había entrado por la ventana el viaje anterior, era el principal protagonista. Conocedor de toda esta zona no sólo había recorrido toda la cuenca de las nacientes del río Grande sino que también había plasmado sus experiencias en un libro llamado “Lo que cuentan los ríos”. Él y Juan Martin Schiapa fueron los encargados de explorar los valles para conectar el río Atuel con Valle Hermoso. Hicieron dos viajes hasta que encontraron la senda adecuada por el Portezuelo del Risco Plateado hasta la Vega Florida en las nacientes del Arroyo del Burro y el Cajón del Perdido.
Con estos dos pasos claves ya estábamos en condiciones de encarar una segunda expedición de reconocimiento desde la laguna del Diamante hasta el Valle Noble y Las Loicas.
Tuvimos que esperar hasta el otoño del 2022 para poder hacer este viaje. Ingresamos en vehículo a laguna del Diamante, al pie del volcán Maipo y caminamos por la margen este del río Diamante que nace hacia el sur de la laguna que lleva el mismo nombre.
Durante toda nuestra vida habíamos escuchado que era dificultoso caminar por la margen del río, que no había senda, que había un gran salto de agua que no dejaba pasar, básicamente, que era imposible. Para nuestra sorpresa todas estas historias mitológicas no eran verdad pero habíamos tardado más de 40 años en comprobarlo. Nos habíamos equivocado sólo por creer lo que dicen y repetir a otros la misma historia. Estábamos rompiendo una barrera mental, liberando nuestro sentido de exploración.
Esa misma tarde llegamos al Morro del Cuero, un gran morro de piedra volcánica a orillas del río Diamante. El espacio ofrece buen refugio y reparo, tiene un gran corral de piedra testigo del arreo de ganado y veranadas de castrones, hoy famoso por la pesca con mosca.
Al día siguiente, salimos temprano en busca del Chiflón Colorado, con las anotaciones en la mano y un dibujo hecho en lápiz por el arriero Carlos Rueda. Paso a paso fuimos redescubriendo una vieja senda borrada en el arenal que subía abruptamente. Vimos una vega colgante y un pasaje empinado sobre una ladera colorada. Ahí estaba el chiflón aguardando nuestra pasada. Hacía unos meses que Carlos Rueda y Martin Gómez, nuestros arrieros amigos, habían pasado por ahí pero, lamentablemente, un caballo perdió pie y rodó hasta el bajo. Se salvó de milagro, claro que perdieron toda la carga.
Después de 4 horas de intensa subida por arenales y piedra suelta habíamos llegado a lo más alto del Chiflón. Nos descolgamos hacia el valle del sur. Todo era inmensamente grande. Estuvimos varias horas bajando hasta que comenzamos a divisar el río Barroso. Llegó la tarde y acampamos.
Amaneció y armamos todo para continuar. El próximo cruce era el río Barroso, conocido por su caudal peligroso. Para eso debíamos remontar el valle hasta la confluencia de los ríos Barroso y Borbollón y, según las indicaciones, cruzarlos por separado. Para nuestra sorpresa esto no fue necesario ya que en la última década los ríos han disminuido abruptamente su caudal.
Pudimos vadear sin problemas donde se dividía en dos brazos y, aquí la sorpresa, en la margen sur del Barroso encontramos una senda muy marcada de animales y, un poco más arriba, comenzamos a ver gran cantidad de vacas y caballos pastando en vegas gigantes. Aquí se notaba mucho más la presencia humana, estos valles habían conservado las tradiciones centenarias de veranada en la cordillera. La senda era una carretera que nos llevó hacia el sur sin prisa, pero sin pausa.
Al día siguiente llegamos a la vera del volcán Overo, un paisaje rodeado de piedra volcánica negra entremezclado con verdes vegas y nacientes de agua termal. En el centro de este paraíso llegamos a otro lugar famoso: La Población Indígena.
Consta de 120 refugios circulares de piedra emplazados estratégicamente, con agua clara y transparente, termas cálidas y una vega gigante llena de cauquenes y guanacos. Un lugar mágico, de esos que te dejan sin palabras.
Era como un portal del tiempo que nos llevaba a imaginar a sus antiguos pobladores viviendo en total armonía con su entorno, habitando de forma natural un lugar que para nosotros hoy es remoto, lejano y ajeno. Permanecimos el resto de la tarde caminando en silencio.
Mientras seguíamos valle abajo, con la última luz llegamos a otro paraíso natural: la laguna del Atuel.
Las luces del atardecer jugaban con el reflejo en el inmenso espejo de agua que duplicaba las montañas que la circundan. Con la última luz armamos la carpa y nos refugiamos en un guiso caliente.
Al día siguiente salimos al camino de la Mina de Sominar. Flavio Moronta, nuestro amigo y encargado de la logística, ¡¡llegaba con comida fresca y asado!!
Aquí descansamos un día a la orilla del río Atuel. Luego seguimos camino siempre hacia el sur remontando el portezuelo del Risco Plateado y bajando a las nacientes del río Grande. Recorrimos vegas pobladas de animales pastoreando, caballos, vacas y ovejas. Pasamos por la Vega Florida, luego por el cajón del Perdido hasta la confluencia de los ríos Yesero y del Burro. Allí nace el río Tordillo que, aguas abajo, se transforma en el río Grande, el más caudaloso de la región cuyana.
En dos días llegamos a Valle Hermoso. Aquí Daniel Funes, otro amigo, ingresó en vehículo con las provisiones para seguir viaje. Desde Valle Hermoso debíamos continuar por el camino hasta el cajón de los Oscuros, lugar donde el río Grande se encajona y ya no permite el paso. Desde aquí hay que hacer un desvió remontando el Arroyo de la Carpa hasta la laguna del mismo nombre. La belleza de este lugar no tiene nombre. Es realmente increíble.
Descansamos una tarde completa en Valle Hermoso. Al día siguiente continuamos hasta el cajón de los Oscuros y fuimos hasta la Laguna de las Cargas, aunque intentamos pescar no pudimos.
Desde aquí nos quedaba sortear el último portezuelo del viaje: el Portezuelo de las Vallas, que conecta la Laguna de las Cargas con el Valle del Tiburcio. Valles inmensos con vegas gigantescas repletas de pastoreo y veranadas. Nos llevó un día completo desde la laguna de las Cargas hasta el río Valenzuela. Debimos cruzar este último para llegar al puesto de Delfín Arroyo.
Esta era nuestra última noche en la montaña de este viaje. Cocinamos lo último que quedaba y compartimos un fuego. Esa misma jornada comenzamos a hablar sobre la posibilidad de hacer todo el recorrido en un solo viaje desde Punta de Vacas hasta Las Loicas, 450 km caminando y 100 km de rutas de enlace. Pero pensamos que debíamos hacerlo en primavera ya que los viajes de exploración habían sido en otoño con los caudales de los ríos bajos y los portezuelos con poca nieve, queríamos comprobar que el sendero se podía hacer tanto en una temporada como en otra.
Centro cultural Argentino de Montaña 2023