Durante su vida, vivieron entre América y Europa. Inseparables compañeros de cordada y de la vida, eximios escaladores de su época, ascendieron por última vez Los Alpes, donde perdieron la vida tras una tormenta. Cuando los encontraron, conmovió hallarlos como dormidos uno junto al otro, dando origen a esta leyenda de Amor.
Frédéric Marmillod nació en Naters, cantón de Valais, en medio de los Alpes suizos, el 24 de diciembre de 1909, en las vísperas de la Navidad. Este pequeño pueblo de Valais está situado cerca del río Rhone. Cuando era chico, su madre italiana y su padre francés-suizo se mudaron junto con la familia a Lausanne.
Desde temprana edad he sido fanático del alpinismo, escribió Frédéric. Como estudiante, pertenecía a un pequeño grupo de amigos quienes estaban siempre listos, verano e invierno, para ir a la montaña. Por supuesto que siempre fuimos sin guías, lo que nos permitió adquirir muchísima experiencia. Escalamos cada rincón de los Alpes, aunque como residentes de Lausanne preferíamos naturalmente el Valais, así como los residentes de Génova, prefieren la sierra del Monte Blanco.
Una de esas excursiones juveniles terminó en una tragedia; los chicos, habiendo subestimado la duración del viaje, ansiosos y cansados, fueron descendiendo, presurosos por llegar a casa, antes de que sus padres comenzaran a preocuparse.
Cuando pararon para descansar, uno de ellos se durmió y resbaló hacia un campo de nieve, lo que terminó con su vida.
Este accidente dejó una profunda impresión en Frédéric. Pensó que podría haber sido evitado si el grupo hubiera estado encordado, y desde ese entonces, prestó cuidadosa atención a la seguridad en la montaña. En aquel tiempo, la edad mínima para entrar al Club de Alpino Suizo, era de dieciocho años. Frédéric, realmente deseaba asociarse al club, y luego de mucho insistir fue admitido luego de cumplir diecisiete años. Fredy, lo llamaban sus amigos, mostró un gran entusiasmo por el alpinismo durante su obligado entrenamiento militar, cooperando con las tropas de montaña, y también obtuvo un diploma de instructor de la Escuela Suiza de Esquí.
Alrededor del año 1930, Germaine, una de sus dos hermanas, le hizo un pedido, una de sus amigas del colegio se estaba atrasando en clases de matemáticas, le pidió que fuera su profesor, que le diera algunas clases para nivelarse con sus compañeras. Obligado, Fredy, fue presentado a Dorly Eisenhut y bajo sus enseñanzas, Dorly, terminó, se graduó de las clases de matemáticas, y luego, pasó a las de alpinismo, conformando ambos, con el tiempo de noviazgo y luego, de matrimonio, una cordada inseparable hasta encontrar juntos la muerte en la montaña.
Desde el principio, fue él quien le inculcó su pasión por la montaña y juntos recorrieron los Alpes en toda su extensión.
Escalaron numerosos picos y efectuaron largas travesías por su tierra natal, Suiza; luego, lo hicieron por Francia y también a través de Italia.
Fredy, se doctoró en el año 1934; un día, él y Dorly, que ya estaban comprometidos y cansados de esperar para concretar su matrimonio, caminaban por una calle en Lausanne, y vieron una casa que se alquilaba, les gustó mucho, con muy poco dinero la pudieron arrendar, se casaron y se mudaron a su nuevo hogar.
A partir de ese momento Fredy, debió solucionar algo muy importante, conseguir un trabajo estable para mantener su nueva vida. Regresó a Sandoz, su idea era aprender español y trasladarse a Sudamérica; fue así que se presentó nuevamente en los Laboratorios Sandoz, empresa líder en la fabricación de tinta y farmacéuticos.
Aunque en el año 1935, cuando Fredy, se unió a la compañía, era una pequeña empresa. Toda la carrera de Fredy fue llevada a cabo en la división farmacéutica, donde cumplía funciones como un químico o como representante comercial.
Mientras era capacitado para la transferencia al extranjero, trabajó en un grupo que llevó a cabo una investigación de drogas medicinales.
Es curioso que el año 1935, fue el mismo año en que Albert Hofmann, un químico que trabajaba en Sandoz, en un proyecto que no tenía nada que ver, inició una investigación en alcaloides que crecían parasitariamente en el centeno y otros cereales. Algunos años más tarde, la investigación de Hofmman proveyó a Sandoz de uno de sus más conocidos productos: el ácido lisérgico dietilamida o LSD.
Como matrimonio, los Marmillod escalaron durante tres años los Alpes, desde la Meije a las Dolomites.
Les encantaba navegar, ya fuera en el río Génova o en el Mediterráneo. En una ocasión combinaron deportes y navegaron en Córsica para unas escaladas en vacaciones. Su bote era lo suficientemente grande para llevarlos a ellos, dos amigos y cuatro mochilas.
Blaise de Perrot, un amigo de Fredy, con quien compartió el servicio militar, escaló con ellos, antes de que se fueran a Sudamérica, así como lo había hecho en otras oportunidades en años anteriores. Él describe un admirable retrato de ellos: Entre los más entusiastas del alpinismo, Fredy y Dorly formaban, creo, un par único del género de las parejas escaladoras. Las montañas eran una parte incorporada a sus vidas. No podían vivir sin ellas. Si cumplían una subida difícil, hablaban muy poco de ello. No eran para nada vanidosos, no era su estilo.
Solo contaban una cosa, el placer de estar al aire libre y la hermosura de la altura de las montañas. No creo haber conocido a una pareja tan unida por la misma pasión. Era difícil el solo hecho de pensar que uno escalaría sin el otro.
Evitaban las multitudes y cuando era posible, se alejaban de la cabaña si estaba llena de turistas. ¡Era mucho mejor pasar la noche solos que en una cabaña llena de personas o en la cima de la montaña sin alguna posibilidad de encontrar otra alma! En algunas ocasiones me uní a Fredy y Dorly para escalar y lo hice con un placer enorme.
Qué privilegio seguir las huellas de Fredy, verlo dirigir una escalada complicada, subiendo con seguridad y tranquilidad, tan preciso y ágil en sus movimientos, y también muy atento al progreso de sus compañeros, dándoles una mano con cortesía cuando veía que tenían alguna dificultad. ¡Y qué facilidad para encontrar el mejor camino! Si nos tocaba mal tiempo, o si alguna dificultad técnica nos sorprendía, nunca vi a Fredy ponerse impaciente o preocupado.
Así es como era él. ¡Y además de eso, que alegría de vivir y qué buen humor! Dorly era una andinista muy femenina. Pero debajo de esta apariencia, ¡qué energía, tenacidad y amor por escalar los picos más altos al lado de su esposo!
En el año 1938, Sandoz transfirió a Fredy a Santiago de Chile; luego, por dos décadas fue destinado a varios países latinoamericanos, y como una compensación adicional, buscado por ellos, subieron cada cordón montañoso de Los Andes que visitaron; durante este gran viaje, Dorly tuvo cuatro hijos, mejor dicho, hijas, en países diferentes.
Según Fredy: Santiago, era una ciudad de excelentes montañistas activos. Se proyectan sus avenidas hacia El Plomo, de 5.430 metros sobre el nivel del mar, una maciza cúpula de hielo, la cual se encuentra escoltada por La Paloma, 4.930 metros y El Altar de 5.222 metros, pueden ser vistos desde cualquier punto del valle donde se encuentra Santiago; son inolvidables las vistas del atardecer, cuando las nubes se separan y se puede ver ese color anaranjado en el cielo.
Fredy y Dorly rápidamente aprovecharon esta proximidad, y a los pocos meses de su llegada, ya habían escalado El Altar y La Paloma.
En Navidad subieron Nevado Juncal de 6.110 metros, su tercera subida. Visto desde la autopista, hacia el norte, el Juncal forma una hermosa cortina blanca, la cual termina en el lado oscuro del Alto de los Leones.
Desde ciertos lugares, mirando hacia el Oeste, parece el casco de un bombero, de allí su nombre: Casco de Bombero. La subida de los Marmillod fue larga y cansadora, y requirió pasar cuatro días en el glaciar Norte. La última tarde, en el Juncal, los Marmillod, contemplaron la cara noroeste del Alto de los Leones, de 5.445 metros de altura.
Visto de perfil, este cerro parece un obelisco que se destaca, de 2.500 metros de desnivel, sobre el valle circundante; visto de frente parece la quilla de un barco dado vuelta. Como otras montañas de Chile Central, no ofrece una ruta fácil hacia la cima. Federico Reichert, quien en el año 1911 hizo la primera subida al Juncal, declaró rotundamente que el Alto de los Leones nunca sería escalado por nadie.
Pero Fredy lo desafió escribiendo: El Alto de los Leones, no puede romper la ley de la cordillera más que las cimas vecinas.
Acercándose a los años treinta, el Alto de los Leones había sido el único pico en Chile Central aún no escalado, era el objetivo que ambicionaban muchos andinistas, tanto chilenos como inmigrantes europeos.
El fracaso de numerosos intentos, hizo que el halo de inescalable fuese cada vez mayor, inclusive que se lo considerase imposible de escalar.
En el año 1934, una expedición a cargo del conde e industrial italiano Aldo Bonacossa, se dividió en varias expediciones, que visitaron tanto Argentina como Chile. Una cordada de esta visitó la región, la misma conducida por el famoso alpinista Giusto Gervasutti, hizo la tentativa para escalarlo pero el mal tiempo intervino, por lo que decidieron escalar el cerro Littoria.
Otros dos miembros de la expedición, Gabriele Boccalatte y Piero Zanetti, hicieron un reconocimiento alrededor de la base del pico y se dieron cuenta de que sería una propuesta difícil.
Como no tenían mucho tiempo, abandonaron la montaña y optaron por una segunda subida al Nevado Juncal, a pesar de su gran deseo de subir esta cima que se mantenía aún virgen. Escalaron una nueva ruta, del lado Norte de Nevado del Juncal, la misma ruta, que fue seguida cuatro años más tarde por los Marmillod, en diciembre de 1938.
Nos relataba Sebastián Montalva Wainer: Los Marmillod llegaron en barco desde Trieste, Italia, a Buenos Aires, el 22 de junio de 1938. En la capital argentina Frédéric de inmediato comenzó a ejercer la labor que le había sido encomendada: dar a conocer los productos del laboratorio suizo Sandoz (actual Novartis) y armar un equipo de representantes en Sudamérica.
Sin embargo, el ruido de la ciudad y la inexistencia de grandes montañas los sumió rápidamente en la nostalgia. Por eso, la próxima escala de su viaje fue Santiago de Chile, que les sonó siempre tan prometedora: aquí sí que encontrarían cumbres de más de cuatro mil metros.
A Santiago, llegaron el 4 de septiembre de 1938, el mismo día que en la ciudad se realizaba una marcha del Frente Popular en apoyo al General Ibáñez. Pero el ambiente de agitación política no los amedrentó, pues tenían la vista fija en otra cosa: la imponente cordillera de los Andes, que estaba allí, a pasos de distancia.
En marzo de 1939, los Marmillod se unieron a un gran grupo de montañistas chilenos para un intento de subir por lado Sudoeste el Alto de los Leones. La propuesta fue problemática, requirió de una semana para establecer el campamento base. Siete montañistas comenzaron la subida, bien equipados y aprovisionados para varios días, pero luego de unas pocas horas, cuatro de ellos regresaron.
Frédy, Dorly y Carlos Piederit continuaron un día y medio más, llegando a 250 metros por debajo de la cima, en donde, por dificultades técnicas y falta de comida forzaron a regresar. Teniendo esperanzas de intentarlo nuevamente antes de la llegada del invierno, el matrimonio aprovechó las vacaciones de Pascua para intentar escalar la cara Noroeste, la cual había parecido tan atemorizante durante su ascenso al Juncal.
Nuevamente, Carlos Piderit, se unió a ellos, el mejor andinista chileno de ese momento, y uno de los pocos que intentaron un montañismo de dificultad, y exploraron nuevas alternativas para atacar la cima.
Cuando la Escuela Nacional de Montaña Chilena fue establecida en Santiago, Piederit fue elegido como primer instructor, y tuvo un rol importante al enseñar a chilenos el uso de la cuerda y de la piqueta para desplazarse en el hielo. El viaje de Santiago a la base del Alto de los Leones les llevó un día, e instalaron el primer campamento en el mismo punto donde lo habían puesto para el ascenso el Juncal.
Al otro día, los andinistas avanzaron por un camino fácil hacia el campamento dos ubicado a aproximadamente 4.000 metros de altura, situado en un punto protegido, cerca de un pequeño glaciar.
A una corta distancia, escribió Fredy, una ininterrumpida cañoneada de proyectiles de todos los tamaños caían del glaciar. Nos acostumbramos muy rápido a ese ruido que la naturaleza nos brindaba, mucho mejor que el jaleo o ruido de los autos en las noches de Santiago, de todas formas, nos dormimos hasta la mañana.
Fredy describió los dos días siguientes de subida: La mañana del 9 de abril, luego de encordarnos, iniciamos la subida directamente hacia la ladera que se encontraba sobre nosotros. Para aligerar el peso de nuestras mochilas, dejamos la carpa en el campamento 2 y solo llevamos nuestras bolsas de dormir. En vez de la cara sólida que nuestras imaginaciones suizas esperaban, apenas comenzamos nos enfrentamos con rocas minuciosamente destrozadas, como normalmente se dice, con roca podrida.
De cornisa en cornisa escalamos pacientemente todo el día en más o menos una línea recta. Nuestra mayor preocupación eran las rocas que caían. Numerosas laderas ofrecían una agradable escalada en roca sólida; nuestras mochilas pesadas tenían que ser alzadas con la cuerda. Pasamos el pedregal y luego, las defensas de la vertiente se acercaban progresivamente y tuvimos que escalar numerosos pasajes. Mientras tanto, la noche se acercaba, y era muy complicado que encontráramos una pequeña repisa para pasar la noche. Estábamos a los 4.800 metros, alrededor de 300 metros debajo de la cima.
Doblamos hacia el Nido del Águila, recibimos un frío intenso y una gran lucha contra el viento persistente. El 10 de abril, reanudamos la ascensión y rápidamente llegamos a una altura crítica, alrededor de 150 metros debajo de la cima, donde tuvimos que comenzar una larga travesía hacia Norte, hacia la primera entrada y el filo del glaciar. Entramos en un importante sistema de pendientes suaves. El éxito de nuestra travesía ahora dependía completamente de su continuidad.
¿Continuamos o no?, nos preguntamos. La incertidumbre de lo que seguía nos hacía dudar. Cuando doblamos en una esquina, aclamamos con alegría, pues, el descubrimiento de una nueva pendiente nos permitió continuar con la travesía. Una parte del glaciar más alto nos señalaba el camino. La esperanza, que nos había llevado por tres días, hizo latir nuestros corazones aún más rápido, no tanto por la altitud, sino por lo que debajo de nuestros pies aparecía, era la cara de la montaña que bajaba caóticamente en las profundidades del valle Juncal, dos mil metros hacia abajo, donde podíamos distinguir el pequeño techo de nuestra carpa que habíamos dejado en el campamento base, al lado del borde del glaciar.
Sobre nuestras cabezas sobresalían las rocas sólidas que defendían la cresta. Era imposible subir o bajar; estábamos a la suerte de estas cornisas, las cuales estaban escondidas detrás de un ángulo nuevo de la cara a unos cincuenta metros. Me acordé de una vieja película, en la cual Harold Lloyd, estaba caminando dormido a lo largo del borde de un rascacielos. Manteniendo nuestra respiración, pasamos debajo de varias cornisas gigantes, las que parecían listas para caer en cualquier momento de la roca cálida y seca.
Y de repente, observamos una hermosa vista, todo lo que nos separaba del glaciar superior era una pequeña ladera. Luego de un instante, alcanzamos el filo de la cresta, a un paso de la cima. El glaciar, al cual llegamos hasta su parte media, descendía desde la cima en ondulaciones y desaparecía varios cientos de metros abajo en el abismo de la cara Sudoeste. Algunas grandes grietas la cruzaban de un lado a otro, pero ninguna parecía cortar completamente el acceso a la cima, ahora separándonos no más de 300 o 400 metros. Casi seguros de la victoria, nos sentimos como bailando de la alegría en el glaciar liso y plano.
Qué relajación maravillosa, luego de pasar tres días en la cara destrozada, con la amenaza constante de la caída de rocas. Dejamos nuestras mochilas en el borde del glaciar. Cayó la noche. Podíamos sentir lo cerca que estábamos, próximos al éxito, y esto nos permitió sonreír durante la noche estrellada, aún mientras nuestros dientes castañeaban.
El 11 de abril, los tres escaladores dejaron el glaciar temprano, y partieron hacia la cima, llegando a media tarde.
Allí construimos una pequeña pirca o mojón de piedra, en la que dejé mi piqueta, escribió Fredy y continuaba, esta es una tradición andina, el dejar una piqueta en la cima, y cambiarla por la dejada por el grupo anterior.
Por ejemplo, nadie creería que escalaste el Aconcagua, ¡si volvés sin la piqueta de los antecesores! El viento glacial me hizo reflexionar por haber dejado la piqueta en la cima, heredada un tiempo atrás en los Alpes, de un escalador desconocido.
Hicimos un examen de nuestra conquista, asomando nuestras cabezas, como curiosos tordos, fuera del abismo que rodeaba nuestros rostros.
Desde la cima del valle de Los Leones, el río brillaba como un collar de perlas, en el valle del Juncal, a unos dos mil quinientos metros más abajo, se veía la forma blanca del glaciar del Juncal. La vista era ilimitada, grandiosa, pero el espectáculo más impresionante era el glaciar que comenzaba donde estaban nuestros pies.
Nuestra bandera suiza, estaba en una caja de metal con el emblema del Club Andino de Chile y la depositamos en la pequeña pirca o mojón de piedra.
A las cuatro, nos fuimos de la cima, antes de que se hiciera de noche llegamos al glaciar superior, donde pasamos la última miserable noche. Al otro día, bajamos lentamente. La tarde del 12, llegamos a la carpa, y el 13 de abril, regresamos a Santiago, con la rica experiencia de una hermosa aventura.
Esta experiencia excepcional sopló constantemente, la llama de nuestras futuras ambiciones. Fredy resumió la totalidad de la naturaleza de la subida: Era imposible esquivar la ladera con rocas que caían, un peligro constante en todos los lados de la montaña, sufrimos el frío retardado de la temporada. De acuerdo a las dificultades técnicas, no sobrepasaron un punto medio para esta clase de cumbres. La mayor dificultad fue escalar desde una altitud de tres mil a cinco mil cuatrocientos metros, y de allí hacia arriba, subir la pendiente muy empinada con cargas muy pesadas.
El cerro Alto de los Leones demostró ser una excelente subida, que hicieron los Marmillod en los Andes. La vía y el cerro, a partir de ese momento fue un clásico, con una ruta peligrosa y excitante; mientras que la subida fue un evento significativo en la historia de la Cordillera. Si Alto pudo ser escalada, entonces podrían serlo otras cumbres, difíciles o imposibles, y la gran publicidad hecha por los medios de comunicación, alentaron a andinistas chilenos para intentarlo y realizar otras cumbres.
Los Marmillod establecieron una gran actividad deportiva, una escalada excelente muy dura técnicamente y difícil para la época. Intentado más frecuentemente que escalando, el Alto de Los Leones mantenía una formidable reputación. Cuarenta años más tarde desde su primera subida, solo diez adicionales ascensos habían sido completados, siempre por la ruta original.
Hasta el año 1979, no hubo una nueva y difícil ruta establecida en la ladera sudoeste, la primera ruta auténtica para llegar a la imponente cima.
Poco tiempo después de haber escalado el Alto de los Leones, la empresa Sandoz transfirió a Fredy a México. En marzo de 1941, él y Dorly, hicieron la segunda subida del Fraile de Actopan, una torre de roca de setenta metros en las Montañas del Pachuca al Norte de la ciudad de México. La torre está caracterizada por estar compuesta de roca descompuesta, lo cual hizo que Fredy tuviese que colocar algunos clavos para asegurarse, y asegurar a su compañera.
Lo hicieron cuatro meses después de que Dorly diera a luz a Mariette, su primera hija. Durante dos años en México, Fredy y Dorly escalaron los picos nevados de Popocatepetl, Ixtaccihuatl, Orizaba, y algunas cimas más bajas.
Como a numerosos viajeros, a ellos también les quitaron parte de su equipaje cuando intentaban ascender un cerro, nos comenta Frédy: Una vez en el Popocatepetl dejamos nuestras mochilas por algunas horas ubicadas en una pequeña cueva de roca; cuando regresamos, nos dimos cuenta de que alguien se había llevado cuidadosamente todos los artículos sin valor, tales como, cuchillos, linternas, etc.
Cuando subimos el Fraile de Actopan, estacionamos el auto tontamente a gran distancia de la calle principal. Una triste noticia nos sorprendió cuando regresamos: hoyos en el auto, todas las ventanas estaban rotas, una cubierta estaba pinchada, y nuestras pertenencias habían desaparecido. Moraleja, uno debe seguir adelante y no hay que creer en la honestidad de otros o en la eficiencia de la policía, porque es tan dudoso uno como el otro.
En el año 1941, casi cuatro años de haber dejado Suiza, los Marmillod anhelaban volver a su casa. Sabían que, a causa de la guerra, pronto sería imposible realizar el viaje, y Fredy pidió la visa de los Estados Unidos así la familia podría reservar los pasajes de un barco navegando desde Nueva York.
Con suerte, estarían en casa para Navidad. Luego de semanas de espera, el pedido para la visa fue negada. Estaban atrapados en América Latina, y allí siguieron viviendo los cuatro años siguientes, donde trabajaron, formaron una familia y continuaron escalando. La Segunda Guerra Mundial detuvo la recreación montañista en muchas partes del mundo, pero en Los Andes continuaban aislados de las hostilidades.
Aparte de su permanencia en este continente, otras dos ventajas le permitieron a los Marmillod tener una vida relativamente normal, donde combinaban la vida de la ciudad y de sus paseos y ascensiones en las montañas. Durante este período, los Laboratorios Sandoz trasladó a Frédy y sus oficinas sucesivamente a Caracas, Bogotá y Lima.
En cada ciudad la familia tuvo un nuevo miembro, en Caracas trajeron a Françoise, su segunda hija, en mayo de 1942. Cuatro meses después, Dorly se convirtió en la primera mujer en escalar el Pico Bolívar, de 4.979 metros, la montaña más alta de Venezuela.
Frédy encontró las ideas de los montañistas locales, un poco peculiares, contaba que: para incentivar la ambición de nuevos andinistas, el Outing Club de Mérida colocó una caja en la cima del Pico Bolívar, la cual contenía un abrigo del estado de Venezuela de 1923. Cada estado fue invitado a enviar una delegación para buscar el abrigo. Además, se dice que el héroe nacional, Simón Bolívar, subió la cima más alta del país, aunque se sabe que solo es leyenda.
En el año 1943, la familia se trasladó a Colombia, y en febrero Frédy y Dorly emprendieron una gran expedición exitosa a la Sierra Nevada de Santa Marta.
El pico Simons, de 5.660 metros sobre el nivel del mar, fue el último pico más importante escalado de la cadena, cuya cima coronada por un glaciar, se encuentra a solo 50 kilómetros de la costa caribeña. Dos años antes, dos montañistas americanos, Elizabeth Cowles y Paul Petzoldt, habían intentado llegar a la base de la montaña, pero se rindieron cuando perdieron el camino, senda o huella, por los laberintos que producen las quebradas. Fredy y Dorly, tomaron una ruta más alta y lo escalaron en cuatro días desde la base del campamento, cerca del río Naboba. Otro ascenso notable fue la primera travesía de los picos Colón y Bolívar, las cimas más altas en Colombia.
Dorly, fue la primera mujer en llegar a la cima de ambas, y durante el descenso, una nueva ruta fue abierta en la cara Sudeste del Pico Bolívar. Otros ascensos incluyeron picos Ojeda de 5.490 metros, La Reina de 5.535 metros, El Guardián, de 5.285 metros y la Tairona, de aproximadamente 5.000 metros, también escalados por primera vez por una mujer.
Finalmente llegó la hora de replegarse de ese bello lugar y como manifestaba Fredy: tomamos la carpa, limpiamos el campamento, y colocamos todas las cosas en las mochilas, cuando amaneció ya estábamos listos. Los rayos del sol coloreaban la cima de la montaña, la brisa de la mañana quitó la neblina, y el río se llenaba de luz. ¡Hora de irse! pero nos quedamos silenciosamente, observando la hermosura de la montaña; en ese momento sentimos cómo ese lugar había enriquecido nuestras vidas. Ninguno de nosotros se atrevió a decir ¡vamos! Mientras regresamos, nuestras lágrimas caían por nuestras mejillas, por el hecho de tener que dejar ese bello lugar.
La nueva niñera de la casa de los Marmillod en Bogotá fue Elvira Barrios, una chica mestiza. Esta adolescente analfabeta, se convirtió en una inteligente y encantadora mujer, quien crió a las hijas de los Marmillod. Fue más que una niñera, cocinera y ama de llaves, era un miembro más de la familia y una segunda madre para las niñas. Se ocupaba de las pequeñas, mientras Fredy y Dorly escalaban.
Sin Elvira, probablemente hubieran tenido que optar por menos hijos o no hubieran podido ir a escalar en numerosas ocasiones, o ambas. Era raro encontrar escaladores de montaña en el Norte de Los Andes, por lo que los Marmillod estuvieron encantados en conocer a Erwin Kraus, en Bogotá. Nacido en Colombia, de padres inmigrantes alemanes, Kraus fue el primer escalador en este país. Por su récord de primeras subidas entre los años treinta y cincuenta, ha sido reconocido como el pionero en el montañismo colombiano.
En el año 1943, Erwin Kraus llevó a la pareja suiza a una de sus cadenas favoritas, la Sierra Nevada de Cocuy, a trescientos kilómetros al Norte de Bogotá. Desde el Oeste, la cresta del Cocuy parece fácil, como una serie de cimas inofensivas, cubiertas de blanco.
Desde el este, sin embargo, los picos se oponían ferozmente. Si las rocas no fueran tan pocas, estas paredes se hubieran hecho famosas hace mucho tiempo. Un visitante de la sierra escribió: ...el valle estaba dominado por enormes dientes de dragón. Toda la sierra llena de picos verticales, que parecía construir un monstruo aislado y gris. Mientras que los Marmillod, expresaron en un escrito: caminamos al pie de la ladera con los sentimientos más extraños, como si estuviéramos descubriendo un mundo nuevo, que ningún otro ser humano hubiera visto alguna vez. El paisaje estaba adornado con una flora alpestre no muy común, bastante rara en esas alturas, creciendo debajo de la ladera nevada. La vista desde arriba es algo interesante; uno mira hacia abajo, y ve las laderas que se sumergen abruptamente hacia los llanos siempre nublados.
El Cocuy atrajo a otro grupo de montañistas durante la desértica temporada de los años 1943-1944. Ya que los Marmillod y Erwin Kraus accedieron desde el Sur, el grupo suizo rival, conformado por August Gansser y Georges Cuenet, fue por la parte Norte. Convergiendo en el pico Castillo, de 5.123 metros, el mejor trofeo de la cadena.
Localizado en la parte Este de la cadena, hasta ese entonces inexplorada, a causa del tiempo atroz que permanentemente azota esa región, el Castillo, es uno de los picos más hermosos de Colombia, su nombre indica la forma majestuosa de la montaña. Los Marmillod y Kraus, encontraron el camino más rápido y llegaron a la cima virgen, y seis días más tarde Gansser y Cuenet.
También hicieron la primera subida al Púlpito del Diablo, de 4.711 metros, los cerros de la Plaza, de 4.957 metros y el Grande Campanilla, de 4.886 metros. El más interesante de estos, para los Marmillod, fue Púlpito. Unos meses después, Fredy y Dorly, escalaron dos volcanes semiactivos en la Cordillera Central de Colombia, Nevado del Tolima, de 5.215 metros y el volcán Puracé, de 4.750 metros.
En Lima, Perú, fue la última casa de los Marmillod, durante la guerra. La montaña más cercana estaba en la Cordillera de la Viuda, hacia el Este de la capital, se tardaba seis horas en llegar en auto.
Nevado Rajuntay, de 5.477 metros de altura, es el pico más alto en esta cordillera, fue el primer objetivo. Dejaron a sus hijas Françoise y Mariette en casa, en las buenas manos de Elvira, quien había dejado su país, para acompañar a la familia Marmillod. Fredy y Dorly, hicieron el ascenso en una excursión de tres días desde Lima.
La vía que eligieron para su ascenso fue una directa hacia el pico virgen; escalaron su cara Sur y bajaron por la Oeste sin ningún problema. Unas pocas semanas después, en julio de 1944, fueron a la legendaria Cordillera Blanca, al Nevado Santa Cruz, de 6.241 metros, uno de los picos más altos de la cordillera, no había sido subida desde los años treinta.
Ubicaron el campamento en la base de la Quebrada del Alpamayo. Durante la subida del Quitaraju, en el año 1936, Erwin Schneider había concluido que la mejor ruta al Santa Cruz, podía ser la cara Noreste.
Los Marmillod encontraron la ruta propuesta por Schneider, la cual estaba expuesta a la caída de rocas y avalanchas, por lo que eligieron la ruta Este. Llegaron a la gendarmería, mitad de camino entre el campamento base y la cima. Luego de cruzar el glaciar Noreste, escalaron la cara Este, llena de rocas propensas a caer, donde sucedió una desgracia: una roca cayó en el pie de Fredy, quebrando dos dedos. Para cuando llegaron a Lima, unos días después, los huesos se habían unido incorrectamente, por lo que el médico tuvo que quebrarlos nuevamente para poder arreglarlos.
Afortunadamente, se curaron apropiadamente y Fredy, decidió nunca volver a ir por un camino en el que hubiera peligro de caída de rocas. Janine, la tercera hija de los Marmillod, nació en Lima, en el mes junio de 1945.
Tres meses después, los Marmillod volvieron a la Cordillera Blanca, donde hicieron la primera subida al Nevado Millauacocha, de 5.480 metros de altura aproximada.
Unos días después de que Japón se rindiera, lo que hizo que finalizara la Segunda Guerra Mundial, los Marmillod ya estaban listos para intentar escalar Nevado Santa Cruz nuevamente.
Alcanzando la misma, por el Este sin ningún inconveniente, pero se encontraron frente a una vista decepcionante y una difícil decisión, que describieron: A través de la cuerda, tuvimos que atravesar enormes cornisas de una estabilidad dudosa. No nos atrevimos a arriesgar nuestras vidas, cruzándola de a dos. Yo había intentado en vano localizar por lo menos un tercer hombre para nuestra travesía, pero en estos países, encontrar escaladores con experiencia era casi imposible. El tiempo cambiante y las dificultades, nos obligaron a regresar.
Luego de cuatro años de exilio, los Marmillod estaban ansiosos de volver a su tierra natal, anhelando ver amigos y parientes, queriendo reencontrarse con los queridos Alpes.
Con la finalización de la guerra, le hicieron una triste despedida a Elvira, y navegaron hacia Europa, con destino hacia Basel. Luego de la guerra, la vida era dura en Europa, aún para la Suiza neutral.
Pero no duró mucho, Sandoz destinó a Fredy una vez más hacia otro país. En el año 1947, la familia navegó nuevamente a América del Sur, con destino a Buenos Aires.
Decía Fredy: Era sorprendente como muchos andinistas viven en Buenos Aires, mientras Los Andes, están ubicados 1.000 kilómetros al Oeste. Aunque, a decir verdad, uno puede volar a Mendoza en un par de horas, o tomar un tren que tarde 30 horas hasta Puente del Inca, al pie del Aconcagua. Está bien para expediciones una o dos veces al año, pero todavía deja a Buenos Aires con una deficiencia grave: un área de completa escasez de práctica montañista.
Los acantilados y colinas más cercanas, se encuentran en la Sierra de la Ventana, a 500 kilómetros al Sudoeste de la ciudad, un poco lejos para ir por un fin de semana. Tal vez esta escasez de montañas, motivó a los Marmillod a instalarse en una casa de tres pisos construida de piedra.
Practicaban, escalando las paredes por el lado de afuera. Una vez cuando la familia no podía entrar en la casa, porque se habían olvidado la llave adentro, Dorly, escaló hasta el tercer piso y entró en ella. Al tercer o cuarto año, los Marmillod regresaron a Suiza, durante el verano argentino. Durante los veranos pasados en Argentina, escalaron varios picos en la Cordillera de los Andes por varias semanas.
Para mantenerse en forma, nadaban y jugaban al tenis durante todo el año, y ganando algunos trofeos en estos deportes. Cuando tenían días libres, manejaban hasta la Sierra de la Ventana para escalar.
Ocasionalmente, iban a las afueras de la capital y escalaban una montaña de rocas que era parte de una fábrica abandonada; este sitio era popular entre miembros del Centro Andino Buenos Aires.
Los Marmillod, estaban ahora cerca de los treinta, pero los años no habían disminuido su entusiasmo por el montañismo. La primera evidencia vino con su primera expedición al Aconcagua, en febrero de 1948.
Fredy escribió en Los Alpes, en el año 1952: Diez años después de nuestra primera subida a Los Andes, mi esposa y yo finalmente sucumbimos a la atracción del Monarca. Intentamos subir el Aconcagua, acompañados por nuestros amigos Konrad Burnner y Otto Pfenniger.
El caos reinaba en Plaza de Mulas, el campamento base debajo de los colosos. Una expedición mexicana con sus escoltas argentinos había ocupado este lugar por varios días. Mientras la mayoría del grupo se dirigía hacia la cima, otros se quedaron atrás en el campamento, intentando arreglar la radio. Al otro día y a lo largo de la noche, los andinistas deambulaban, solos o en pequeños grupos. Seis de catorce participantes habían llegado a la cima, y dos tuvieron serios problemas de congelación. Cuando las baterías en la radio no funcionaron, la voz del interlocutor fue reemplazada por un generador que las recargaba. Para orientar a los rezagados, los soldados dispararon bengalas e hicieron explotar cargas explosivas, veinticuatro horas después, la mayor parte de la expedición había regresado a Puente del Inca. Luego de este tragicómico episodio, tan típico del lugar, nos detuvimos en nuestros planes.
El primer plan era escalar el Cerro Cuerno; los Marmillod y sus amigos, establecieron una nueva línea directa en el glaciar de Horcones Superior, hacia la cima que penosamente fueron haciendo el camino a través del interminable terreno nevado, antes de llegar a las rocas, y luego, la cima, subida por primera vez por una mujer.
La noche estaba cerca y no fue planeada, lo que hizo que pasaran un frío inolvidable. Y continúa Fredy: Nuestro amigo Brunner, uno nuevo en América, encontró este bautismo en la Cordillera un poco duro, y tuvimos que admitir que la travesía a escalar había excedido nuestras expectativas. Luego de un buen descanso en Plaza de Mulas, el grupo escaló hasta la cima del Aconcagua, en dos días.
Seguía con el comentario Fredy: Sentía mi cuerpo como si fuera plomo. Cada paso te pone al borde de la sofocación y requiere una pausa compensatoria. Si perdés el aliento, el esfuerzo hecho para recuperarte te fuerza a parar algunos minutos para que tu respiración vuelva a la normalidad. Cuando llegamos a la cima, nos parecieron eternas las horas que habían transcurrido desde que retomamos camino, hasta llegar a la cumbre. Tres aproximadamente, de acuerdo a nuestros relojes; en la cima nos estrechamos las manos. Quería decir algo, pero estaba imposibilitado de emitir cualquier sonido; más que nada quería gritar admirando a mi esposa, quien había subido con aparente facilidad y quien estaba allí, sonriendo, en esta cima donde uno se siente apartado del mundo y de la humanidad.
Dos mujeres habían precedido a Dorly hasta la cima del Aconcagua, Adriana Bance, en los años 1940 y 1944, y María Canals Frau, en el año 1947. Ambas murieron en la montaña, y Dorly y sus compañeros años después, tuvieron un destino similar. Las nubes tapaban la cima y comenzó a nevar, rápidamente cubrieron el camino de regreso.
El grupo se apuró a descender, pero pronto perdieron la ruta. Bajaron hasta lo que les permitió la luz del día, tropezando sobre restos de un campamento viejo debajo de unas rocas sobresalientes. Aquí encontraron una manta y restos de una carpa. Este descubrimiento milagroso y el cese de la tormenta de nieve, probablemente salvó sus vidas.
Cuando la luz del día regresó, encontraron el camino a no más de 20 minutos del refugio Plantamura, lugar este que posteriormente adopto el nombre de Berlín, por el otro refugio que se instaló. El Aconcagua es un horrible montón de piedras sueltas, la subida es descorazonadora, interminable, desprovista de dificultad... y, sin embargo, tuvimos una experiencia magnífica, la cual siempre permanecerá en nuestras mentes como una luz brillante de lo más profundo de nuestras almas, decía, Frèdèric.
De vuelta en Buenos Aires, un corresponsal de una radio suiza llamó a Dorly para una entrevista; pero ella se negó; el hombre no se rindió fácilmente; después de todo, Dorly, era la única mujer viva que había escalado la montaña más alta del hemisferio Sur.
El corresponsal le rogó por varios meses, y colmó la paciencia de Dorly, quien decidió finalmente darle una entrevista de cinco minutos. Hasta ahora, Fredy había ganado una reputación como el mejor escalador suizo de los Andes. Cuando el Club Alpino Académico de Zürich (AACZ), organizó una expedición a la Cordillera Blanca, en el verano del año 1948, lo invitaron a unirse.
Normalmente las expediciones de este tipo, estaban organizadas y financiadas solo por miembros; Fredy, quien no era un miembro, se sintió honrado por la invitación y aceptó con placer.
Llegó a Perú a principios de junio, para juntarse con otros miembros de la expedición: doctor Rüdi Schmid, Fritz Sigrist, Ali Szepessy, y el líder Bernard Lauterberg, quien luego encabezó la primera expedición suiza a Dhaulagiri.
Sigrist, recordaba la impresión que tuvo sobre Fredy: Nosotros cuatro, integrantes del Club Alpino Académico de Zürich, nos habíamos conocido por años y habíamos hecho muchas escaladas juntos. Conocimos a Fredy, la primera persona desde nuestra llegada a Lima, y en muy poco tiempo, se convirtió en miembro de nuestro equipo, por lo que ya no fue considerado un extraño. Un hombre con un carácter diferente, no se habría adecuado tan fácilmente. Era un excelente compañero de montaña, siempre listo para ayudar. Uno podría depender sobre él en cualquier tipo de situación.
Durante un período de dos meses, la expedición hizo varias subidas, incluyendo Nevados Cachuas, de 5.110 metros, Cashan, de 5.723 metros, y Pucaranra, de 6.156 metros, realizadas por todos los miembros de la expedición, menos Szepessy.
A mediados de julio, la expedición concluyó su camino a la Quebrada Alpamayo. Finalmente, Fredy tuvo otra oportunidad para escalar Nevado Santa Cruz. Desde el campamento Base, el grupo estaba concentrado en cómo atacar el Santa Cruz. Algunos pensaban realizarlo por la vertiente Norte, mientras otros preferían otra vertiente más empinada.
Por consiguiente, el grupo se dividió en dos, para intentar llegar a la cima por diferentes rutas. Con un último saludo de los otros, Fredy Marmillod y Ali Szepessy, cruzaron el Bergschrund debajo de la cara Norte del Nevado Santa Cruz, sobre la cual, había una ladera empinada de 400 metros de alto. Encordados, pero sin protección, los dos escaladores ascendieron por diez horas, el resto observaban: como moscas en una ventana de vidrio siguiendo el dobles de la cortina.
Para Ali Szepessy, este era su primer ascenso serio de gran altitud, quiso regresar cuando sus manos se mojaron y enfriaron, pero Fredy le dio coraje para que continuara. Cuando llegaron a la cresta Norte, por donde tenían que ir Lauterberg, Schmid y Sigrist, que es la más alta, Fredy y Ali, no encontraron rastro de ellos.
Continuando a lo largo de la misma, hicieron su propio camino alrededor de grietas y cornisas, con espesas nubes por encima de ellos, hasta que la noche los sorprendió y a pesar de la falta de bolsas de dormir, durmieron dentro de todo bien, en sus bolsas o sacos Zdarsky.
A la mañana siguiente, llegaron a la cima, cuya altitud es de 6.241 metros de altura. La vista no podría haber sido mejor, totalmente desnublado, y todo el panorama a sus pies. Fredy, los guió en la ruta y cocinó luego, para su compañero exhausto. ¡No se iba a perder llegar a la cima esta vez!
Luego de dos fracasos previos; este fue un éxito bien ganado y Fredy, consideró la escalada como uno de los más hermosos tesoros de mi carrera alpinista.
El Nevado Santa Cruz fue rara vez el objetivo de expediciones posteriores. En el año 1975, solo una subida fue realizada, en parte por la naturaleza expuesta de sus laderas. Más importante, sin embargo, era el pico más próximo, el Alpamayo, que hacía sombra a las cimas más altas alrededor de él.
El Alpamayo, no había sido escalado hasta ese momento, sorprendió con su belleza natural a la expedición suiza, su pirámide simétrica de hielo les encantó como una sirena.
La expedición estableció un campamento debajo de la cima, habiendo cruzado un laberinto peligroso de séracs. A través de binoculares, Fredy, siguió el lento progreso de Latuerberg, Schmid y Sigrist, ya que subían la cornisa Norte del Alpamayo.
De repente, una cornisa se partió, y desencadenó una avalancha. Los tres escaladores cayeron en picada a lo largo de la vertiente Noroeste, seguidos por bloques de hielo y una gran masa de nieve, hasta un descanso que había mucho más abajo.
Milagrosamente, los escaladores sobrevivieron. Mareados, con moretones y heridos, los hombres cavaron hasta llegar a la superficie y volvieron hasta el campamento bajo, por sus propias fuerzas.
El labio de Schmid, perforado por su propia piqueta, se sanó rápidamente, pero a Sigrist, se le había dislocado el hombro; Schmid, no le pudo aliviar el dolor y solo podía ofrecerle morfina. La expedición bajó inmediatamente al Valle Santa Cruz.
Sigrist y Fredy, tomaron un micro hacia Lima, Sigrist, para hacerse tratar el hombro y Fredy para regresar a Buenos Aires, porque sus vacaciones habían terminado. Había sido un viaje maravilloso para Fredy, con solo un ingrediente ausente: Dorly, su amada esposa quien se había quedado en Buenos Aires.
Sin embargo, la pareja regresó a la Cordillera Blanca, en septiembre de 1949, intentando subir a la Aguja Nevado, llegando a 200 metros por debajo la cumbre.
Con la llegada de Christiane en diciembre de 1948, la familia Marmillod estaba completa, con cuatro hijas.
Las escaladas de los años siguientes fueron muy excitantes.
En febrero de 1950, hicieron el primer ascenso a Alto de los Arrieros, de aproximadamente 5.000 metros de altura. Fueron a escalar con dos compañeros, Otto y Lorenzo Otto Pfenniger, padre e hijo. Pfenniger padre, era un andinista famoso de origen suizo, quien hizo numerosas primeras subidas, especialmente del lado chileno de la Cordillera de los Andes.
En marzo de 1951, Konrad Brunner y Marta Soini se unieron a los Marmillod, para realizar una expedición al Tupungato, de 6.550 metros de altura, la cima andina más alta al Sur del Aconcagua.
Pasaron una semana entera dirigiéndose al macizo con mulas y a pie, llegando a unos metros por debajo del punto culmine; pero gruesas nubes y mal tiempo, les impidió encontrar la verdadera cima. Luego, hicieron un intento a otra montaña próxima, la Sierra Bella, de 5.230 metros, pero el esfuerzo al Tupungato, había agotado las energías del grupo.
Fredy, llamó a esta escalada, un largo calvario. Luego al volver, a una altura de 5.000 metros de altura, el grupo tomó un atajo, para no seguir las cargas, perdieron la senda y entraron en un océano de penitentes.
Cada tres o cuatro años, Sandoz ofrecía a los empleados suizos visitar su hogar. Los Marmillod hicieron que estas vacaciones coincidieran con el invierno europeo. La familia alquiló un chalet en los Alpes y fueron a esquiar. Por la noche, algunos amigos se acercaron para cenar una fondue; a todo esto, Fredy, tenía una reputación por apreciar las buenas comidas y bebidas y las fiestas y buenos momentos, duraban siempre, hasta el amanecer. Elvira se volvió experta cocinando para grupos grandes de gente y aprendió a hablar francés durante estos días en Europa.
Los Marmillod, realizaron esquí de montaña o travesía, rechazando subir por las telesillas, ya que preferían hacer ejercicio antes que esperar en las filas. Con el paso de los años, se relajaron un poco y se permitieron el lujo de subir por las telesillas, ya que les permitía ir más lejos.
En el año 1952, los Marmillod, quisieron subir nuevamente el Monarca de los Andes, una vez más. Hasta ese momento, el Aconcagua se había subido solamente por dos rutas: la ruta normal, es decir, la Noroeste y la ruta de los Polacos.
Yendo a través del Valle Horcones, en el año 1948, Fredy y Dorly, habían admirado la silueta puntuda de la montaña Norte, y comenzar a pensar en la idea de ir por una nueva ruta. Estudiaron la misma desde varias cimas y posiciones de ventaja al Oeste, y en febrero de 1952, decidieron subirla con Miguel Ruedin.
El mal tiempo intervino y tuvieron que estar satisfechos con un ascenso desde la ruta normal, cubierta de nieve.
Mientras tanto, Lionel Terray y Guido Magnone, dos miembros de una expedición francesa, escalaron Chaltén, un pico muy desafiante en la Patagonia.
Cuando la expedición francesa volvió a Buenos Aires, fue celebrado continuamente por tres semanas, y los Marmillod hicieron una fiesta para celebrar en su casa.
El plato principal fue una gran torta con la forma de cerro. Lionel Terray y Francisco Ibáñez, compartieron el honor de hacer el primer corte. La reputación de la cara Sur del Aconcagua había llegado a Francia, y la expedición planeó una visita para examinar la montaña. Fredy fue invitado y aceptó inmediatamente.
El grupo llegó en marzo de 1952 a las estribaciones del cerro Aconcagua, y encontró la cara Sur como un objetivo atractivo. Los escaladores reconocieron las posibles vías de la cara Sudoeste y decidieron tomar la ruta nueva. El temporal no les permitió continuar, por lo que se rindieron y volvieron a la Plaza de Mulas para intentar subir, pero por la ruta normal.
Fredy esperaba ansiosamente la subida con Lionel Terray, un alpinista reconocido en todo el mundo, pero el destino decidió lo contrario. De repente, Fredy contrajo un atroz dolor de muelas, lo que lo obligó a volver apresuradamente a Buenos Aires, para ser operado.
Fue una pena, y se arrepintió por muchos años el haber vuelto. La mayoría de los escaladores franceses fueron afectados por el mal de altura y también, cancelaron el ascenso. Los únicos dos que llegaron a la cima fueron Terray y el teniente Francisco Ibáñez.
El teniente Francisco Gerónimo Ibáñez, oficial de enlace de la expedición al Fitz Roy, era un hombre de energía ilimitada, ambicioso y encantador.
Un caballero original, un verdadero caballero, le caía bien a mucha gente y había escalado el Aconcagua cuatro veces. Inspirado por Maurice Herzog y el Annapurna, estaba planeando la primera expedición argentina al Himalaya. Fernando Grajales, un hombre de un carácter similar, fue elegido para ser miembro del grupo para escalar en la Cordillera del Himalaya. Como Ibáñez, era uno de los mejores escaladores argentinos de la época.
Grajales, tenía un buen sentido del humor, por lo que era querido por todo el que lo conocía, incluyendo los Marmillod.
El Gallego, seudónimo con el que se lo conocía a Grajales, recordaba haber estado con Fredy y Dorly y nos comentaba: En el año 1952, como yo estaba descendiendo a Plaza de Mulas luego de haber subido el Aconcagua solo, cuando llegué al refugio, fui directo hacia dos mochilas que habían allí. Me robé un limón de una de ellas, pertenecía a Federico Marmillod. De esta manera lo conocí y me incluyó en su proyecto de escalar la codiciada cara Sur. Marmillod, era un muy buen andinista, un verdadero montañista pionero. Era uno de esos escaladores, que abría nuevas rutas y siempre quería hacer cosas nuevas en la Cordillera. Su esposa Dorly también se distinguía como andinista.
El mismo año, como parte de su entrenamiento para la expedición del Himalaya, Grajales e Ibáñez hicieron un reconocimiento de la vertiente Sudeste del Aconcagua. Tropezaron con muchos problemas al intentar subir por la vertiente Sudeste y se dieron por vencidos, decidiendo unirse a los Marmillod al año siguiente. La escalada comenzó desde el Valle Horcones a mediados de enero del año 1953.
Hacía muy poco que Ibáñez, había subido hasta la cima del Aconcagua, su quinta subida, mientras que los Marmillod, habían hecho su primer ascenso al Cerro Mirador, de 5.509 metros de altura.
Grajales los estaba esperando en Plaza de Mulas. Con tres mulas y un arriero, los escaladores atravesaron la ladera Oeste hasta el campamento. Llegaron a los 5.500 metros de altura, el punto más alto, accesible por las mulas, pero con gran dificultad. Había estado un día entero preparando la ruta, sacándole la nieve con la piqueta, y una de las mulas, sufrió una caída de cinco metros, por suerte sin ningún tipo de daño, tanto para ella como para el equipaje.
Luego de un día de reconocimiento, la subida comenzó el 20 de enero, cada escalador cargando 15 kilos. Confiando sus vidas en la bolsa de dormir, colchones de aire, y la carpa Zdarsky y luego, valientemente dejaron sus carpas atrás.
Entre los 6.000 y 6.600 metros, del filo Suroeste, era difícil su acceso por las características de las rocas, que eran de un conglomerado, poco confiable. La clave de la ruta, era un gran paso alto, que bajaba por la cara Sudoeste.
Los cuatro avanzaron entre dos y tres kilómetros. Escalaron desde el campamento de altura hasta la primera torre y luego descendieron 200 metros, allí colocaron un vivac, debajo de una roca sobresaliente. La mayor parte del día siguiente, fue utilizado en el pasaje del canalón o couloir. Luego de varios cientos de metros se estrechó a más y dio paso a una rampa de nieve donde los escaladores se debieron colocar los grampones y escalaron encordados, por primera vez.
Un rato después de haber pasado la parte más estrecha, un gran bloque se desprendió de la ladera, la única roca caída durante el ascenso.
El canalón o couloir, se ensanchó en la pendiente empinada, y a los 6.400 metros de altura, emplazaron el segundo vivac. Durante la noche, el tiempo se deterioró, escribió Fredy, las nubes descendieron en nuestra montaña y comenzó a nevar torrencialmente, acompañado de un fuerte viento. Poco a poco, la nieve comenzó a entrar en nuestras camas de dormir, empapando todo. En la mañana, tuvimos que extraer trabajosamente la nieve de todos lados. Nuestro estado de ánimo era malo, y dado el mal tiempo, ni siquiera pensamos en subir más alto. Teníamos comida y combustible para dos días.
Afortunadamente, el tiempo mejoró en la tarde. El sol del Poniente, aumentó nuestras esperanzas antes que llegaran las horas de la noche. El 23 de enero, el ruido amigable del horno de alcohol, había estado sonando desde las 2 de la mañana. Rellenamos nuestros bolsos y a las 07:30 comenzamos la última etapa. Las dos primeras horas fueron las peores. Habíamos escalado sólo un poco cuando el viento nos atacó violentamente.
Siguiendo una segunda ruta en la vertiente Oeste, llegamos al verdadero Filo Suroeste, a los 6.700 metros de altura. El cielo estaba sin nubes y la vista se extendía a lo lejos en cualquier dirección, como si estuviéramos mirando para abajo desde un avión. Paramos para masajear los pies de nuestros compañeros, y al rato, continuamos. Habíamos pensado que la cima estaría llena de nieve, pero nos encontramos con una extensa cima dónde la nieve se alternaba con rocas sobresalientes. Poco a poco, el viento se calmó. Este fue el día más lindo de las tres semanas en la Cordillera.
Ascendimos con una paz enorme, disfrutando inmensamente nuestra caminata. Del Mercedario al Tupungato, la gloriosa serie de picos y glaciares de la Cordillera Central se dispersaban a lo largo de doscientos kilómetros. Mientras bajábamos, ya estábamos planeando las rutas en la Cara Sur.
A las 17,00 horas, nos dimos el tradicional abrazo en la cima Sur del Aconcagua, de 6.930 metros. Allí, bien enterrada, encontramos la piqueta que habían dejado seis años atrás, Thomas Kopp y Lothar Herold, los primeros en realizar esa cima, subiendo por la ruta Norte.
Cambié las piquetas, sin saber que unos pocos días después la mía sería bajada por una expedición japonesa y se la ofrecerían solemnemente al presidente Perón.
¡Esas son las pequeñas bromas del destino en la cima del Aconcagua! La cadena, por la que continuamos, era estrecha y requería cruzarla con cuidado, más que nada porque estaba cubierta de nieve. Luego de 200 o 300 metros, el camino se puso más fácil y finalmente guardamos los grampones y enrollamos la cuerda.
Luego, pasamos el cadáver del guanaco. Ibáñez le cortó una pezuña como souvenir. La cima Norte, parecía saludarnos como un amigo desde el otro lado de la calle. Nos hubiera gustado contestarle y subirla, pero no había mucho tiempo, y pasar otra noche, no era parte de nuestro plan. A las 21:00 horas en punto, entramos en el pequeño refugio “presidente, General Juan Domingo Perón”, luego, cambiado su nombre, en el año 1955, por el de “Independencia”.
Rápidamente, Grajales limpió la nieve que había entrado por la puerta y nos instalamos. Al otro día descendimos hasta Plaza de Mulas, previo a dos largo descansos, uno en el refugio Plantamura y luego, en el primer hilo de agua que encontramos. ¡Qué linda música que hace el agua cuando corre! Nuestras sedientas gargantas dieron grandes tragos, y luego, nos quedamos un largo rato, mientras el sol acariciaba nuestra piel... después de pasar varios días en un mundo helado, da la sensación de una intensidad excepcional. La memoria de nuestra hermosa aventura se nos arraigó, lista para brillar en los tiempos más oscuros.
En la ruta del filo Suroeste, la cual tuvimos la satisfacción de abrir, se pueden encontrar solo dificultades técnicas. La ruta es, sin embargo, mucho más interesante, más alpinística, que la habitual ruta Norte.
Pasamos siete días en la montaña, incluyendo uno para investigar la ruta y otro, por mal tiempo. Indudablemente, un equipo bien preparado puede hacer la travesía en cuatro o cinco días, con condiciones favorables.
No se volvió a escalar el filo Suroeste, hasta el año 1979. Fernando Grajales, explicó por qué: Creo que es porque el acceso a la ruta es complejo. Una vez arriba, no es difícil. Pero el filo Suroeste requiere mucho estudio porque en la parte más baja hay muchos couloirs y barrancas y es necesario elegir la correcta.
Los Marmillod, continuaron con sus planes con respecto al Himalaya al siguiente año. Bajo el liderazgo de Ibáñez, la expedición presidente Perón alcanzó los 8.000 metros, en el Dhaulagiri. Durante el retiro tormentoso, a Ibáñez se le congeló un pie, hasta tal punto, que no pudo volver a caminar.
Un rescate heroico de los andinos y de los sherpas, no pudieron cambiar el resultado de la tragedia. Ibáñez, murió en el hospital Katmandú por sus heridas. El montañismo argentino perdió a su partidario más entusiasta, y los Marmillod perdieron un gran amigo. Luego de su tercera subida al Aconcagua, Fredy y Dorly cambiaron su atención del montañismo de gran altitud a alpinismo de rocas y viajes a glaciares fáciles.
El matrimonio Marmillod comenzó a llevar a sus hijas, y el andinismo se convirtió en una aventura familiar, excepto por Christiane, quien era todavía muy pequeña. Siguiendo la iniciación del andinismo en roca, en la Sierra de la Ventana, las chicas recibieron su primer sabor de andinismo en el Río District del Sur de Chile y Argentina.
La mayoría de las vacaciones desde mediados hasta fines de los años cincuenta, las pasaron en el río de Todos los Santos, una base conveniente para explorar el río District. En la orilla de enfrente, se encontraba el Puntiagudo, de 2.494 metros, la primera vez que fue escalado fue en el año 1937, cuando uno de los primeros grupos fue asesinado en el descenso. A causa de esa tragedia y de la notable roca podrida del pico, Walter Koch, el padre de Marta Soini prohibió que fuera subido. Pero los Marmillod, no se pudieron resistir a la llamada del Matterhorn.
Desde la casa de Kouch al pie de la montaña, Frédy y Dorly, se pusieron en camino, acompañados por hijas de ambas familias. Mariette Marmillod, recordó que la roca parecía desmoronarse cuando la miraban.
El grupo no pudo llegar a la cima en esa ocasión, pero en un nuevo intento más tarde, Fredy y Dorly, vencieron las dificultades de la cima y llegaron hasta la cumbre.
En esos años, llegaron hasta otras cimas, como al Volcán Lanín, de 3.776 metros, una escalada aburrida de tres días; también escalaron, el cerro de Los Tres Picos, de 2.600 metros de altura y varios ascensos al Monte Tronador, de 3.554 metros de altura, la montaña más alta y linda en Bariloche y de la región Sur.
Fredy y Dorly, se perdieron la cima andina más alta en el Norte, y en el año 1956, regresaron al Aconcagua con J. Guajardo. Su objetivo era escalar la cadena Sudeste, pero el tiempo y dificultades técnicas no se lo permitieron.
Triunfaron al hacer la segunda subida del Cerro Ameghino, un pico al Noreste del Aconcagua. Cerro López, un pico interesante cerca del área de esquí de Bariloche, atrajeron a los Marmillod varias veces.
Una vez cuando la familia estaba escalando un pico fácil, un escalador joven intentaba escalar una ladera empinada. En la cima, Fredy miró alrededor, llamó, y escuchó. No había signo del escalador y ninguna respuesta a sus llamados. Más tarde, Fredy encontró el cuerpo maltratado al pie de la cara.
Este incidente y otros accidentes aumentaron la conciencia de Fredy por los otros. Si una persona en el refugio parecía sin experiencia o sin el material necesario para escalar, o decía que iba a intentar algo que Fredy creería que no debería hacer solo, lo vigilaba.
Wenceslao Clerch, un escalador activo de Bariloche, recordaba en una ocasión: Llegamos al viejo refugio en Tronador, cansados y empapados a causa del mal tiempo. La cabaña estaba llena de gente que ambulaba por ahí. Cuando llegamos, un hombre nos hizo un té. Se presentó como Fredy Marmillod. Al otro día, nos fuimos con la esperanza de poder llegar a la cima. El tiempo no era bueno y tuvimos que regresar. Cuando volvimos al refugio, todos se habían ido, menos una persona, Marmillod. Dijo que como el tiempo era malo, quería esperar y ver si regresábamos sin problemas de la cima. Nos saludó y se fue. Un cuidado que muestra por sí solo la preocupación por los escaladores y que estaba atento siempre por los demás.
Su regreso definitivo a Suiza fue en el año 1959. Los Marmillod se establecieron en Féchy, cerca de Lausanne, y desde allí volvieron a ascender sus cerros favoritos en los Alpes, donde intentaron quedarse el resto de sus vidas. La mudanza fue puntual, en parte por las condiciones de vida y de trabajo en Argentina, que habían empeorado a lo largo de los años por problemas políticos y económicos. Pero las montañas eran parte de ella también.
Fredy quería vivir más cerca de las montañas y regresar a los Alpes. Las tareas de Fredy en Sandoz cambiaron con el regreso a Suiza. Regresó a la investigación química, y más tarde, luego de su retiro oficial en el año 1965, fue asesor de un programa de prueba de drogas en hospitales.
De vuelta en sus queridos Alpes, Dorly y Fredy, recuperaron parte del tiempo empleado en otros lugares de montañas distintos a las suyas, de los Alpes. Invitaron algunos amigos para comer algunas fondues y reírse de los viejos tiempos, y se organizaron para salir casi todas las semanas a escalar, navegar o esquiar.
Subieron la mayoría de las cimas altas en los Alpes y les gustaba particularmente la región Valais (conocida entre los montañistas ingleses como el Pennine y los Alpes Berneses). Pocos de sus viejos amigos estaban en la misma y buena forma física, como antes, por lo que los Marmillod generalmente escalaban solos, y en rutas no comunes.
Para evitar las aglomeraciones o multitudes de escaladores del fin de semana, lo hacían a mediados de semana, especialmente luego del retiro de Fredy, cuando comenzó a trabajar la mitad de horas que antes. Luego, fue cada vez aún menos, lo que les posibilitó escalar más.
Durante toda su carrera montañista, los Marmillod, nunca recurrieron a la ayuda artificial para lograr las cimas. Para hacerlo, ellos sintieron, que era lo mismo que ser puestos en la cima por un helicóptero. Fredy, como buen instructor, sabía que siempre debía ser el guía o primero de cordada y el último en bajar. Aunque Dorly tenía suficiente experiencia para ser una buena líder, prefería que Fredy hiciera la punta. La familia le hacía bromas a Dorly, sobre su hábito de proveer en todas las cabañas en los Alpes de exprimidores de jugo, elemento que ellos empleaban asiduamente cuando llegaban.
A ella y a Fredy les gustaba el sabor de su té con limones, y ella siempre llevaba un exprimidor en la mochila. Cada vez que dormía en una cabaña, se fijaba si había un exprimidor, sino en su próxima visita le dejaba uno.
Puso docenas de ellos en los Alpes, y tenía una lista de las cabañas que todavía no tenían uno. Es difícil decir, si eran útiles para otros, además, disfrutaba con hacer esta contribución para la comodidad de otros. Lo mismo era un ritual, de asegurarse de que la cabaña que utilizaban quedara, mejor que cuando habían llegado.
Ante la insistencia de Fredy, Sandoz le permitió vivir y trabajar en el distrito de Vaud. Los Marmillod, decidieron quedarse permanentemente en Vaud, y en el año 1968, construyeron una casa para ellos en Féchy, un pequeño pueblo a 20 kilómetros al Oeste de Lausanne. ¡La vista era maravillosa!
En primer plano, yacía el pueblo pintoresco, con una población de 300 personas y la iglesia. Más allá, el lago Génova, que se veía casi completo. Llamaban a su casa Survigne, es decir, Sobrevivir, por estar elevada en una colina cubierta de viñedos.
Survigne, estaba localizada convenientemente para poder navegar, escalar en roca y hacer una vida próxima a la naturaleza. Tres de las hijas vivían en ciudades cercanas. Fredy solía encargarse del cuidado del jardín, un pasatiempo que le gustaba cada vez más con el pasar de los años. Elvira se quedó en Argentina cuando los Marmillod se fueron de América del Sur, pero no se olvidaron de ella.
Cuando Christiane se casó en el año 1975, el regalo de Mariette para ella, fue arreglar en secreto, que Elvira fuera a su casamiento.
El encuentro fue una experiencia emocional para todos. Ahora, conocida como Elvira Barrios Gondar, casada, con dos hijos en Buenos Aires. Ella vivía no muy lejos de Françoise Marmillod, quien también habitaba en Buenos Aires, con su esposo y una pequeña hija.
En el año 1974, Pakistán abrió el Karakorum por primera vez en muchos años, un evento que volvió a encender los intereses de montañismo, como el de Fredy. Uno de los sueños más grandes de toda su vida era escalar algún monte del Himalaya, o del Baltoro, que le parecía el valle de montaña más imponentemente hermoso de la tierra.
Él y Dorly, unieron fuerzas con dos amigos, Doctor Daniel Bach y Romaine Ebner, y juntos planearon una expedición. Observaron y estudiaron mapas, para escalar un buen pico de 6.000 metros, en el que buscaron caminos, y encontraron uno en el Grupo Karfogang en la cabeza del Glaciar Mustagh.
Llegaron a Skardu, una ciudad de Pakistán, en la provincia de Gilgit-Baltistán, en el distrito de Skardu. Se encuentra en el valle de Skardu, la confluencia de los ríos Indo y Shigar, a 2.230 metros de altitud. Conocida por ser la puerta de entrada de los que acceden al Karakorum, a fines de 1977; por una serie de problemas, nunca alcanzaron su objetivo original. Dado que cuando llegaron, el clima cálido había hecho crecer los ríos y provocó las crecidas muy abundantes de los mismos y el desborde de los mismos, un acontecimiento común en esta época del año, arrastrando consigo puentes y haciendo difícil y peligroso el camino a pie. Tuvieron que esperar una semana, hasta que el puente sobre el río Indo fue reparado.
Una vez pasado el río Braldu; parte de su comida se arruinó por el calor durante esos días. Para cuando llegaron a Liligo, había comida insuficiente para llegar hasta la cima del Glaciar Mustagh.
El campamento base se estableció en el Liligo, debajo de su nuevo objetivo, la cima Oeste, de 6.368 metros de altura, del Urdukas. La primera noche en el campamento base, los Marmillod llevaron su carpa a lo que parecía un sitio muy bueno, casi perfecto, un barranco de arena al lado de un arroyo.
Se levantaron en la mitad de la noche y encontraron su carpa flotando. Bloques de hielo habían embalsado el arroyo y cambiado su curso. Por suerte, no se habían hecho daño y tampoco algunas de sus cosas, luego, movieron su carpa a un lugar más seguro. Desafortunadamente otros elementos, como por ejemplo los aparatos para la altitud, ubicados en la cercanía de la riada fueron llevados, por la creciente.
El campamento alto fue instalado en la parte Norte de Urdukas, aproximadamente a 5.000 metros, y al otro día, los escaladores se trasladaron a los 5.900 metros. Una montaña expuesta defendida por gendarmes, que custodiaban la pirámide de nieve final. La última travesía, requeriría un duro trabajo, otro campamento y más comida de la que ya no había.
El grupo tuvo que admitir que habían perdido su última oportunidad para llegar a la cima en el Baltoro Basin. Se fueron, decepcionados, pero agradecidos por las amistades que habían realizado en el lugar, amistad que en poco tiempo había arraigado fuertemente entre ellos, ante tanta adversidad, pero ante una rica experiencia en montaña y en lo personal.
El Doctor Daniel Bach, recordaba algunas de las contribuciones de los Marmillod hacia la expedición: Fredy organizó la expedición con un cuidado meticuloso; era paciente y firme en las discusiones con el prefecto de Skardu sobre la reapertura del puente en el Induls. Dorly, pasó por cada momento difícil con entusiasmo y buen humor. Eran fuertes excursionistas.
Años de ejercicio constante habían mantenido a los Marmillod en una condición física excepcional, para la edad que en esos momentos tenían, Fredy, en ese entonces tenía 68 años y Dorly, 63 años; pero el trajín en la salida en el Himalaya, el calor, las frustraciones, y trabajo duro del mes en el Karakorum, los deterioró bastante a los dos, aunque más lo había sentido Fredy, quien necesitó varios meses de recuperación, para volver con toda su fuerza. Dorly y Fredy, estaban tan activos como siempre en el verano del año 1978. Hicieron un ascenso memorable en el Jungfrau en dos días.
No podían escalar tan rápido como en años juveniles, por lo que eligieron sus itinerarios más cuidadosamente. Realizaron muchas subidas en ese verano, algunas con sus hijas, otras, con amigos, y algunas más, ellos solos.
Un día hermoso, a principios de septiembre, escalaron el Dent Blanch; sus vistas eran magníficas y pasaron un largo tiempo examinando el Dent d`Hérèns, el próximo pico al Oeste del Matterhorn o Cervino.
El Dent d´Hérèns, de 4.171 metros era una de las pocas cimas en el Valais a la que no habían llegado nunca el matrimonio Marmillod. Fallaron en dos tentativas por el mal tiempo, y ahora, ese pico estaba primero en su lista.
El lunes 25 de septiembre, Dorly y Fredy, salieron de Survigne para ir a los Alpes, sin decirle a nadie donde iban. Sólo tenían tiempo para un último ascenso antes de irse en un viaje a Buenos Aires y a Santiago, donde planeaban visitar familiares y amigos.
El martes, fue un día muy bueno, y el miércoles, amaneció soleado; luego, a la tarde, una tormenta repentina pasó por las elevaciones más altas, durando hasta la noche.
Mariette, estaba esperando un llamado de sus padres el jueves por la noche, y se sorprendió el no recibirlo. También pensó que era raro que no contestara nadie el teléfono en Survigne.
El viernes, todavía no había respuesta; para el sábado a la mañana, Mariette y sus hermanas estaban desesperadas; llamaron a varios amigos escaladores para organizar un grupo de rescate, pero ¿dónde habían ido Fredy y Dorly? Luego, Christiane, recordó un comentario que le había hecho Dorly sobre Aosta.
El sábado, a la mañana temprano, diez autos subieron hasta la plaza central de la ciudad italiana. Reunidos, estaban todas las personas que las hermanas habían podido avisar durante la noche.
Muchos eran escaladores cargados con equipo de rescate, el resto eran amigos y familiares que habían ido a ayudar de la manera que pudieran. Mapas de la región fueron entregados a los guías, y luego de revisar las rutas de la montaña, iniciaron la actividad.
Al mediodía, doctor Bach encontró el auto de los Marmillod muy alto, en el valle Valpelline.
Bach avisó estas noticias al grupo de rescate y a los que estaban a la espera. En unos minutos, un helicóptero estaba en camino, llevando dos guías italianos. La tripulación voló directamente a la cabaña, pero no pudo aterrizar en la morena.
Como el helicóptero estaba suspendido en el aire, un guía saltó, entró en la cabaña para registrar, y volvió al helicóptero. Solo estaba la firma de Fredy, como registro de su pasaje el día martes a la noche.
El helicóptero voló sobre la montaña y a los 300 metros debajo de la cima, la tripulación reconoció dos figuras en el glaciar.
Era imposible aterrizar y muy ventoso para arriesgar la vida de un hombre, bajándolo por una cuerda. Luego de dar vueltas por unos minutos, el piloto aterrizó rápidamente sobre el lugar de partida. La noticia fue recibida con dolor y desesperación por los parientes y amigos en Aosta; Fredy y Dorly, yacían congelados en el Dent d´Hérèns.
Aparentemente habían sido atrapados por la tormenta del miércoles. Cuando los guías llegaron hasta ellos más tarde, encontraron la pareja con sus piquetas y grampones colocados, juntos como dándose calor. La cabeza de Frédy estaba entre sus manos y hombros, como cuando dormía en la cabaña sin almohada. Dorly se había acurrucado contra la espalda de Frédy.
Ella solía dormir así para permanecer cálida, porque su circulación no era tan buena como la de él. Lamentablemente no llevaban elementos para pasar una tormenta o una noche, habían sucumbido rápidamente por la acción del viento y las bajas temperaturas, estimadas alrededor de 40º C bajo cero.
En su relato final, decía Sebastián Montalva Wainer: Murieron de hipotermia esa misma noche. El equipo que los rescató cuatro días más tarde encontró sus cuerpos abrazados uno al otro. Como si fuese el guion perfecto de una película, Frédéric y Dorly Marmillod dejaron de vivir tal como lo hicieron siempre: juntos en la montaña.
Luego de una vida juntos, Dorly y Fredy, murieron haciendo lo que les gustaba. Un papel fue encontrado en la guantera del auto; era una carta sin terminar que Dorly había escrito para una de sus hijas: mañana vamos a escalar el Valpelline para luego llegar a la cabaña, además: queremos realmente ver el Dent d´Hérèns de cerca, esta espléndida montaña que no ha querido que la subamos hasta ahora.
Sus hijas hicieron un velorio conmemorativo en Lausanne unos días después; varios cientos de personas fueron, venían de cada lugar de Suiza, pues conocían a este excelente matrimonio de alpinistas.
En Survigne, Janine, Christiane, y Mariette comenzaron la triste tarea de arreglar y sacar las pertenencias de sus padres.
Los hijos de Janine, Marcel y Patrick, estaban allí también. Los chicos de 12 y 8 años, pidieron la cuerda que su abuelo utilizaba para escalar. Janine se las dio y volvió a trabajar.
Después de un tiempo, ella comenzó a extrañar a los niños, entonces volvió con sus hermanas y fueron a buscarlos, primero dentro de la caza, luego fuera; Survigne está construida con el techo que se inclina suavemente casi hasta el piso. Los dos chicos habían subido al techo y se habían atado con la cuerda. Uno estaba sosteniendo al otro, usando la misma postura y las mismas señales que realizaba su abuelo.
Las hermanas se quedaron en silencio, observándolos desde abajo. En ese momento no vieron a Marcel y Patrick en el techo, sino a ellas, una generación anterior, en Sierra de la Ventana, cuando sus padres les enseñaban como era el manejo de la cuerda y los principios del escalamiento.
Les dejaron silenciosamente a los chicos continuar con su juego. Un mes después del velorio, una caja fue entregada en Survigne. Dentro, estaba la estatua de una marmota. Las marmotas, habían sido uno de los animales favoritos de Fredy y Dorly, simbolizando la paz y el aislamiento de las montañas.
Dorly, parecía haber tenido una afinidad con ellas, y a pesar de su corta visión, siempre las divisaba. La explicación de por qué el animal fue encontrado entre los papeles de Fredy es que él había encargado ese verano la estatua sin decirle a nadie sobre ello.
Colocaron la estatua en el jardín, como Fredy hubiera deseado.
La montaña los había retenido para siempre. Profunda consternación produjo en el ambiente montañista, la noticia de su trágica muerte.
Sus restos, cremados, fueron sepultados en Lausana, Suiza, el 6 de octubre de 1978, en el jardín de su casa, actual residencia de su hija Janine y familia.
Concluía Sebastián Montalva Wainer, en su relato: En el libro Carnets des Andes, uno de sus amigos de juventud, Blaise de Perrot, entrega un testimonio que retrata muy bien la entrañable unión de los Marmillod. “Fredy y Dorly formaban una pareja única en su género”, dice De Perrot. “El amor por la montaña era parte integral de sus vidas. No podían vivir sin ellas (...). Cuando hacían un ascenso difícil, una proeza, apenas lo comentaban. Eran muy contrarios a todo tipo de jactancias. Una sola cosa para ellos era importante: la alegría de vivir en contacto con la naturaleza. No he encontrado a una pareja tan profundamente unida con esa pasión (...). Fredy era preciso y ágil en sus movimientos, pero siempre atento a la marcha de sus compañeros y a ayudarlos ante alguna dificultad (...). Dorly no tenía la apariencia de una mujer alpinista. Al contrario, era muy femenina, casi frágil, pero bajo esa apariencia, ¡qué energía, qué tenacidad, qué ardor para subir al lado de su marido las cumbres más altas! Todos aquellos que hemos tenido el privilegio de subir las montañas con ellos o que hemos compartido su cálida amistad, no podemos sino guardar un recuerdo inolvidable”.
Centro cultural Argentino de Montaña 2023