En esta nueva obra, Jorge González, nos comparte las reflexiones que le han traído los años dedicados a la actividad y que piensa que pueden ser de utilidad para quienes como él lo define, hayan sentido el " llamado" de las montañas
Lo que me inspiró a realizar este libro fue un título que llegó a mis manos a través de mi hijo Alejo y que se refería a la filosofía, actitud, alimentación y técnicas, que explican la existencia de comunidades longevas en Japón especialmente en Okinawa. La estructura de ese libro y su contenido, trajeron a mi cabeza la intención de escribir sobre los aspectos que creo y siento, convirtieron mi acercamiento al montañismo, en una experiencia enriquecedora y duradera.
Mi otro hijo Martin, hizo una observación cuando comenté mi propósito: “Pero la montaña encierra peligros que atentan contra lo longevo...”. Y yo pensé justamente eso: depende del camino.
La primera presentación del libro la hice invitado por el Museo Los seismiles y en la oportunidad de la convocatoria al XV Encuentro de Montaña que se llevó a cabo en Fiambalá, Catamarca, en setiembre de 2025.
Ese encuentro tuvo la particularidad de que fue invitado el nieto del primer explorador de la zona, el geólogo alemán Walther Penck.
La presentación en La Cumbre, por razones afectivas la hice en el bar La Esperanza, con algunos amigos y las canciones de Kelly Molina y la fecha elegida fue el 16 de octubre porque es el cumpleaños de Alejo. El no pudo viajar y estar presente, pero por supuesto yo hablé de como construimos este libro juntos.

El encuentro tuvo lugar La Cumbre, Córdoba donde lectores, caminantes y amantes de la naturaleza compartieron una tarde de charla, lectura y música.




Tuve la suerte de empezar por el orden que sugiero, primero aprender a caminar y después a subir. En mi caso las caminatas en los refugios clásicos de Bariloche hicieron que me llamara mucho la atención una montaña: el Tronador y quería estar en su cumbre.
Especialmente me atraía el pico Chileno que es un cono truncado absolutamente blanco.
Me dijeron que no podía llegar caminando y que debía aprender técnicas de escalada en hielo y el uso de las herramientas para ese terreno. Así fue que me acerqué al aprendizaje de las técnicas y diez años después alcanzaba esa cumbre. Eso me confirmó definitivamente, que todo aquello que tiene trabajo, dedicación, esfuerzo, confianza y está inspirado en un sueño, en algún momento se logra, se consigue.
Yo hablo de un camino, una huella que la mayoría de las veces ya está trazada por el hombre nativo del lugar o por los animales. Sin embargo el camino que más va a impactarnos, el que más va a cobrar vida, es el que está marcado dentro de uno, es el camino que llevamos dentro.



Se trata de un “llamado” interior. Al ver por primera vez un paisaje de montañas o una en particular, algo nos parece que nos vincula con ese entorno y quizá es allí donde surge la intención de caminar hasta donde la montaña comienza a elevarse.
Uno ante ese llamado inicia ese camino y todo lo que hay que aprender y ejercitar para convertirse a montañista, simplemente es una cuestión de tiempo. En quienes han sentido aquel llamado, creo que algo existe predeterminado incluso un don, una vocación, el “ikigai” (una pasión) del que hablaba el libro que me trajo Alejo. Allí uno descubre sentirse bien, libre, comunicado desde siempre, naturalmente adaptado y confirma que uno pertenece a ella.
Todo lo que se pone en funcionamiento es especial, los sentidos están acudiendo a lo mejor de si para resolver las incógnitas, el estado de “excitación” produce nervios y produce una sensación de libertad poco común. Por eso es especial, por ello después se desea regresar. Ese camino entonces tiene un “despertar” y después un recorrido. El tiempo de aprendizaje es sin dudas motivador y muy enriquecedor; estamos aprendiendo de nosotros mismos.

Ya estamos debajo de nuestra mochila. Cual sea el ambiente en el caso de nuestro paisaje y geografía andina, ya estamos en la senda. Ahora la marcha es llevada por un objetivo, por ese afán de aire y pureza que está delante de los ojos. El camino ya parece elegido y en un recodo de la huella nos detendremos por un poco de agua o una fruta para reponer fuerzas y en ese instante una íntima satisfacción de ser parte de tanta inmensidad y silencio.
¿Cómo explicarlo al bajar? Los senderos recorridos hacia los objetivos, las horas andadas, las botas que pisaron huellas, también se han convertido en conocimiento pero ahora forman parte de uno. Sin quererlo, cuando ha sucedido todo esto de la mano del tiempo, viene una sensación nueva, una gratitud nueva: uno mismo es el camino.

Cuando lo terminé pensé en algunos aspectos del diseño. Creía estar seguro de que prefería dibujos y no fotos y menos aún las demasiado “armadas” a contra luz. Alejo me dijo que si yo le daba tiempo y una idea, él me preparaba unas ilustraciones para que yo las viera. Finalmente fue quien hizo las láminas que acompañan al libro. Así que esto es un valor adicional al hecho de ver el libro terminado: que las ilustraciones las haya hecho él.
Me di cuenta al terminar la lectura, que está decididamente orientado al que empieza este camino, a quien siente ese “llamado” de la montaña. ¿Se puede llevar cualquiera de las reflexiones o definiciones que escribo, a aspectos cotidianos de la vida? Quizá sea al revés. La vida está llevada a esas reflexiones sobre la montaña.
Yo no escribo de ficción, es la mirada de mi experiencia, de los años y del tiempo actual que me toca ya retirado de las paredes de roca y glaciares. Hay aspectos que han cambiado por cierto pero lo esencial de ese camino, la intención, la razón de ser de subir montañas, no siento que en lo profundo hayan modificado su sentido.


Tal cual lo hago en el libro, con ese título se desarrollan las reflexiones que creo inspiraron el trabajo y recorren lo que a mi entender son las etapas de formación y de aprendizaje hasta darle forma al objetivo de ascender a una cumbre y con el despliegue que requiere una pequeña o más importante expedición.
Transcribo a partir de aquí algunas de estas reflexiones elegidas al azar …

Uno se descubre a si mismo. Que es capaz de caminar ese sendero. Que es capaz de superar esa cuesta y la fatiga que aumenta el ritmo cardíaco y busca aire a bocanadas. Y es capaz porque le interesa llegar a la cima, es capaz porque se plantea un desafío personal de alcanzar lo que se ha propuesto. Para mirar desde arriba. Para bajar convencido de que fue capaz.

Exactamente, no olvidemos nunca eso. Y no es solo una frase o composición literaria. Es una realidad que podemos confesar en forma de “mi intuición me decía que la montaña no nos estaba dando permiso”.
Observa en el sentido de que sus cambios de verticalidad o comportamiento de sus hielos de la mano de los tonos del día, del sol, de las nubes, del frío son, sobre todo, cambios en nuestro estado de ánimo. Y los está poniendo a prueba.

No es una más importante que la otra. La técnica es esencial y sin el espíritu no tendría sentido. El espíritu quizá no necesita físicamente de estar en la cima de la montaña, pero es quien motiva a alcanzarla.
Hemos comprobado esto estando en las montañas para que lo dicho no se convierta en un laberinto de frases que generen confusión. Estos conceptos se exponen con total claridad cuando se puede hablar de la experiencia personal, individual, vivida en la montaña, formando parte de un grupo o más aun en un tránsito solitario en ella. Los manuales técnicos están escritos por los técnicos y los que se refieren a las experiencias sensoriales están escritos por quienes han ascendido con otro propósito. El de buscar una “elevación” en todo sentido. Pero claramente entre un manual y otro hay limitaciones que impone el mismo tema. El de las emociones no tiene límite alguno.

No traicioneros. La observación permite verlos y el conocimiento permite anticiparlos. El propio cuerpo nos da señales y nos dice en algún caso, ante el frío por ejemplo, que debemos modificar la situación antes de que se convierta en grave.
En la montaña se debe “comer antes de tener hambre, abrigarse antes de tener frío y beber antes de tener sed”. No hay lugar para la negligencia. Lo que hay que hacer se debe hacer ya.
Sin dudas el conocimiento climático es de gran ayuda. Uno debe conocer los comportamientos del clima y aspectos como que ante intensas nevadas las pendientes están cargadas y días sucesivos de calor preparan la condición para avalanchas y desprenden rocas de los filos. Insisto, el clima va a afectar el comportamiento de la montaña pero también tiene una injerencia directa en nosotros, nuestra piel resquebrajada y labios partidos merecen mucho cuidado.
No podemos debilitarnos en ese medio. Sería como un zapato que nos aprieta y nos lastima, produciendo una lesión que nos hace presa fácil del terreno que debemos caminar.
Cualquier detalle en nuestro cuerpo debe ser cuidado. Dependemos de él. Protegernos adecuadamente la vista, las manos, los pies. Pequeños tesoros del gran tesoro que es nuestro cuerpo que nos llevó hasta esa altura.
Quizá el deseo de subir a una montaña anide en todas las personas. La decisión no. Esa decisión entre otras cosas tiene algo de sacrificio y eso aleja a muchas personas.
Lo curioso que no es la decisión la que implica esfuerzo, sino la acción, pero ya en esa previa se indica el carácter y la convicción que son necesarios para el ascenso.
Sin saberlo uno de antemano está exponiendo: yo soy o no soy capaz de subir. Estar allá arriba, donde se posan los ojos y una tenue capa de nieve en polvo vuela de sus alturas, penetrada por el sol son un millar de puntos que brillan, es un atractivo estético y una aventura para un espíritu inquieto.
Todavía uno no sabe de las distancias, no sabe que lo que parece lejos está lejísimo. Ni siquiera se preguntó si podrá lograrlo. Pero en la medida que esa inquietud ha surgido, ha despertado, todo se pone en funcionamiento para llevarlo a la práctica. Y un día se hará realidad.
¿Qué lleva a una persona a querer subir?. Esa irremplazable acción de protagonizar el ascenso oyendo el ruido de sus trancos, de su respiración, de su miedo, de su júbilo ante la cercanía del final, de ese estado de libertad y plenitud que nada ni nadie podrá transferirle si no lo experimenta por si mismo.
Claro que uno puede morir en la montaña. Por cometer errores, por inexperiencia, no modificar una situación, un accidente que nos impide caminar y salir a tiempo, por subestimar sus obstáculos, por sobrestimar nuestras fuerzas, porque nos abandonamos en un momento en que nos pone a prueba. Siempre hay que tener reservas para volver.
Llegar a una cumbre con el límite de nuestras fuerzas y energías es un mal consejo. “La montaña termina abajo” concepto que Jerónimo López Martínez grabó en mi memoria. Uno sabe si llega a la cumbre. Uno sabe si puede volver. Y si no lo hace consciente debe acudir a lo que siente.
Dejando de lado competencias y demostraciones físicas. A veces se puede morir en el camino, a veces y mayoritariamente, en el descenso, pero cuidado que a veces uno lo intuye antes de subir. La montaña siempre nos requiere una honesta evaluación de nuestros límites y motivaciones. Para entender el significado de algunos de estos conceptos quizá no haga falta trasladarlos a una montaña.
Se puede morir en la montaña por supuesto aunque por la misma torpeza y menos romanticismo, también en una calle de cualquier ciudad.

Porque injustamente y sin juicio previo, la culpan de la muerte de escaladores que han intentado subirla. Pero esto es solo un burdo y exagerado sobrenombre. Es cierto que condiciona pero es hora de “limpiar” ese dicho. No hay montañas buenas o malas y menos aún con ese grado de incidencia sobre quienes la intentan.
Hubo una época, en los primeros films en las montañas, en la que ella ocupaba el centro de la historia y en la que los accidentes que sufrían los protagonistas del relato estaban directamente relacionados con las conductas y valores y la montaña se convertía en una especie de juez de tales acciones. Castigando al malvado y salvando al bueno.
No está enteramente mal una parte de esa visión que le otorga a la montaña el carácter de Dios que decide sobre las acciones de los hombres, lo que quizá ayude a intentarla con una actitud menos soberbia y más humilde.
La cumbre es la culminación del objetivo no es el objetivo en si mismo.
Iniciar la marcha hacia la montaña, la decisión de hacerlo, comenzar a subir los contrafuertes, ganar altura remontando el arroyo que baja de su glaciar, buscar el modo de sortear el hielo, seguir ganando altura, levantar el cuerpo y la mirada hacia lo que falta, seguir hasta esos últimos vestigios de vegetación encaramada en las fisuras, continuar hacia arriba hasta el filo, sentir la brisa, ya tener la visual del valle y el rio serpenteando allá abajo, allí, en todo eso, está el objetivo que solo con ese esfuerzo se comprende y que recién al bajar se dimensiona.
Si la culminación del punto final cuando ya no queda más que cielo es sin duda la explosión de júbilo, pero no puede empañar si no se llega, al resto de lo hecho.
Se debe tener como objetivo alcanzar la cumbre pero se debe tener como finalidad, transitar el camino.
“Camino a la Montaña” quizá capte el interés de quienes lo están descubriendo. Si todo esto sirve para que alguien, todavía de pasos inseguros y ojos llenos de sorpresas, se estimule a transitar el bosque y los arroyos para llegar a lo más alto, lo celebro, lo estimulo, le pediré cuidado y le diré que la brisa en la piel quizá le dé la respuesta al sentido de este milagro que es la vida!.











Centro cultural Argentino de Montaña 2023